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Servicios largos, crítica de «Desafiantes»

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Crítica de Desafiantes, la nueva película del director italiano Luca Guadagnino, protagonizada por Zendaya. El filme es un thriller deportivo  sobre un misterioso triángulo amoroso de tres tenistas, dos hombres y una mujer, a lo largo de 13 años.

 

Por Isaac Piña Galindo*

@IsaacPi15a 

Después de pintar Hasta los huesos, un fresco sobre amor caníbal en el Estados Unidos rural, el reconocido director italiano Luca Guadagnino continúa su estadía en tierras estadounidenses con Desafiantes, película escrita por el dramaturgo Justin Kuritzkes y protagonizada por Zendaya, estrella en ascenso quien además funge como productora.

Vale la pena mencionar Hasta los huesos porque funciona como ejemplo del contrapunto que significa con respecto a Desafiantes; la primera, una meditación sobre el amor loco, descarnado y vibrante, de una pareja de outsiders. Una cinta de terror donde el romance hace las veces de refugio.

La segunda, Desafiantes, un thriller deportivo que permite a Guadagnino diseccionar otra dimensión del ideal romántico, en este caso los entresijos del triángulo amoroso de tres tenistas, dos hombres y una mujer, a lo largo de 13 años.

Guadagnino demuestra un sentido de la rítmica cautivante y arrebatador, ya que el autor italiano comprende el astuto manejo del tiempo propuesto por el guion de Kuritzkes y aprovecha cada salto del tiempo para desmenuzar e intensificar el duelo psicológico y emocional del trío al pasar los años.

La tensa carga erótica entre los tres protagonistas, Zendaya, O’Connor y Faist, desencadena una paulatina (y determinada) pugna por “ganar”, por encontrarse “victorioso” ante el otro (o sobre los demás).

La confusión, o el entendido malsano del amor, provoca un estira y afloja que Guadagnino expone con un montaje que remite a la dinámica del thriller, sustituyendo el elemento de crimen por el de la pasión amorosa/seductora y carnal.

Con ayuda de punzantes diálogos entrevemos las intenciones y la mentalidad de los personajes, pero el corte de una escena a otra nos muestra acciones que contradicen la información antes revelada o, en su defecto, observamos cómo otro personaje pulveriza con picardía un diálogo o gesto la escena anterior.

La trama de Kuritzkes no depende de escenas explícitas ni de conversaciones burdas, sino de un delicado entramado de muecas que motivan situaciones de coqueteo, traición, control y genuino cariño, momentos y escenas que desatan una batalla psicológica (y erótica) entre los jóvenes protagonistas.

Luca Guadagnino hace una lectura cabal del entorno de privilegio y comodidad en el que crece y madura el trío, un ambiente que sugiere que la mentalidad de dominar una disciplina deportiva se transfiere al deseo de demostrar poder sobre el amante (o amantes).

La cámara de Guadagnino se nutre de estos grandes escenarios para rearmarlos bajo el crisol de la seducción y el engaño; el espectador transita por plazas abiertas, arboledas, canchas amplias, fiestas al aire libre, entre otros lugares reconocibles que poco a poco se trastocan al enfocarnos en los detalles: una mirada intrigante de Zendaya, las manos tensas de Josh O’Connor, la sonrisa nerviosa de Mike Faist.

Cada close-up se complementa con ángulos inesperados y perspectivas inusuales: el punto de vista de una bola de tenis en medio de un juego, una conversación que comienzan con la cámara al nivel de las zapatillas de los tenistas, o un plano-contraplano con un personaje que está al centro del cuadro mientras su contraparte está al extremo de la pantalla, cortado a la mitad.

Un “embuste” visual que ilustra el paisaje emocional del trío al mismo tiempo que adopta la cadencia del juego de tenis, con una cámara que acompaña a los cuerpos en acción, sometiendo al espectador a la dinámica violenta de la misma partida.

El duelo final, que condensa trece años de relación, poco a poco crece en una tensión que se traduce en silencios prolongados, un vacío llenado por las respiraciones entrecortadas de los tenistas (Faist, O’Connor) en acción, y la quietud nerviosa de Zendaya sentada en gradas, traducida en gruñidos, suspiros y resoplidos.

La agitada energía sensual encuentra su complemento ideal en la música de Trent Reznor y Atticus Ross, quienes ponen sus sintetizadores al servicio de un romance dulce-tóxico que conjuga (o musicaliza) ruidos propios de la cancha: las raquetas entrechocando, la pelota botando, los gritos del referí, la reacción del público.

Resulta, por sí sola, una obra musical impresionante y embriagante, ya que Ross y Reznor canalizan con ruidos melodiosos la energía caótica de los tres amantes en un lienzo que a su vez adopta un poco la rítmica de una rave, una genialidad que eleva la historia de Kuritzkes y la realización de Guadagnino.

De las exploraciones que Guadagnino ha hecho sobre el deseo, Desafiantes, que ya se encuentra en cine,  quizás sea la más pícara y desenfadada, no exenta de melodrama pero siempre con la lente fija en la mecánica sexi de los cuerpos, tanto en el juego del tenis como en el coqueteo y los juegos que rodean al sexo (el cual poco a poco se vuelve simbólico para los protagonistas).

*Realizador y crítico de cine

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