Crítica de Queer, la reciente cinta obra del director italiano Luca Guadagnino. Protagonizada por Daniel Craig y ambientada en el México de los años 50, el filme narra el encuentro amoroso entre William Lee y Eugene Allerton. Un filme que juega con el esquema de la biopic, entremezclado con la aventura exótica.
Por Isaac Piña Galindo*
Después de estrenar Challengers en la primavera de este año, y con ello provocar un leve shock en la cultura pop del momento, el director italiano Luca Guadagnino vuelve al ataque con Queer, adaptación de la obra homónima y semiautobiográfica del escritor beat William S. Burroughs.
Aun cuando ambas ostentan el particular estilo de su realizador, hallamos a Queer y Challengers en polos opuestos de la sensibilidad de la cámara de Guadagnino. La diferencia determinante entre ambas cintas se origina en la forma narrativa, en cómo fue construido el guion, curiosamente ambos escritos por el debutante Justin Kuritzkes.
Como elaboré en su momento, Challengers versa sobre el poder y el sexo, pugna dramática que transcurre durante un metafórico juego de tenis entre un trío de jóvenes que experimentan, gozan y sufren su (absorbente) relación de amistad/amor.
Queer, que llegó a salas de cine este 12 de diciembre, cuenta nada más con el punto de vista del escritor Bill Lee, nuestro protagonista y el alter ego del mismo Burroughs.
Una sola voz que, de cuando en cuando, evoca recuerdos y alucinaciones que expresa por medio de palabras huidizas y vagas, entrecortadas por gemidos, carraspeos y el “cling clang” de las botellas que desfilan en las numerosas escenas de fiestas y bares.
El complemento de Lee lo encontramos en la figura del misterioso Gene Allerton, un personaje sin una “voz” pero que representa una figura crucial, ya que este sujeto del deseo funge múltiples roles para el personaje principal: de confidente, provocador, intérprete, espejo, amigo y amante.
Allerton sobresale por su calidad de quimera, una suerte de hombre-ensoñación con quien Lee emprende una travesía interna, por momentos ilusoria, en aras de encontrar y satisfacer El Deseo.
Deseo en mayúsculas porque conforme avanza la “caza” y la conquista (o enamoramiento) entre ambos hombres, en Lee nace un nuevo tipo de urgencia, casi metafísica, por capturar y comprender la emoción y el excitamiento que le despierta Allerton, una atracción emocional más intensa que cualquier acción o acto físico.
Queer constituye un retrato que juega con el esquema de la biopic, entremezclado con la aventura exótica, aunque por varios pasajes de la película, la historia transita al terreno del surrealismo, del thriller erótico e incluso del cine de horror.
Como sucedía con las novelas de Burroughs, esta adaptación que orquesta Guadagnino, con la colaboración del guion de Kuritzkes, rehúye a una narrativa lineal y lógica, y por tanto etiquetar y casar al filme con un estilo o género se antoja imposible.
No obstante, cabe mencionar que parte del encanto fascinante de la historia lo encontramos en la mezcla de géneros de los que el guionista echa mano; Guadagnino y Kuritzkes manipulan distintos mapas narrativos a partir del esquema de la biopic anodina, desde el estilo de “aventura exótica” próximo al Hollywood clásico, hasta el surrealismo que pulula en los pasajes más cercanos al thriller erótico e inclusive al terror (y, de soslayo, al body horror).
El imaginario visual y sonoro de Guadagnino condensa toda su energía en la gravedad de los lugares y los personajes que pululan en los alrededores donde ocurre el peculiar romance de Lee y Allerton.
Para el realizador italiano, la textura de objetos, de la ropa, de la piel y las facciones de los actores es el mapa sobre el que se desarrolla el amorío entre sus protagonistas.
Comencé hablando de “polos opuestos de la sensibilidad” de Guadagnino, con lo que me refería a la forma de ambos filmes, de cómo el realizador oriundo de Palermo explora distintas manifestaciones del deseo o, quizás más específico, del acto consciente de desear.
Bill Lee ostenta aires de explorador por las largas caminatas que emprende por ese caótico México de los 50, recorridos que se ven apuntalados por las subsecuentes observaciones y burlas sobre los otros extranjeros que el mismo Lee frecuenta en los bares.
Las aventuras de Lee son, casi siempre, de índole sexual, “capturando” a nativos del lugar o a otros forasteros, europeos y estadounidenses.
El ritmo del montaje, hecho por Marco Costa, adopta la postura excursionista del protagonista, una mente acuciada por una insatisfacción punzante, pero con la lucidez y urgencia suficiente para escudriñar tanto las calles como los cuerpos que recoge de estas mismas veredas.
El México que recrea Guadagnino se debe a la perspectiva embriagada, festiva y hasta lúbrica, de Lee; los colores del cielo, sea día o noche, son como pinceladas de colores pastel, mientras que las cantinas y los hoteles relucen por sus colores intensos, de azul y rojo principalmente, de los que ha de destacarse la saturación de las fachadas y los interiores.
La película funciona como una pintura, por momentos al estilo de un fondo estático similar a los escenarios pintados de las representaciones teatrales, y por otros como lienzo “vivo”, frescos que respiran y habitan los personajes, gracias en enorme medida a la sagaz y refinada labor del fotógrafo tailandés Sayombhu Mukdeeprom.
De modo similar a Challengers, la composición del cuadro implica explorar la psique del personaje principal, sin dejar de lado esta cualidad de “pintura que respira” de Queer, como por ejemplo este instante de coqueteo de Gene Allerton, en el cuarto de Lee.
Los colores, la dirección de la luz, la disposición de las botellas al fondo, y la actuación de Drew Starkey (quien brilla como Allerton, el amante esquivo) proyectan un cúmulo de información visual que trasciende el diálogo.
Por supuesto, aquí entran en juego otros detalles que aluden a la textura de la que hablé: las perlas de sudor, el patrón de las figuras de la ropa y las arrugas de la misma, la rugosidad de las paredes, la suciedad del suelo, por mencionar algunos.
Sin duda, Guadagnino apuesta por una experiencia intoxicante y arrebatada, aderezada con notas de ternura y fragilidad que poco a poco surgen entre los amantes.
El desear de Lee nos conduce a una travesía hipnótica por la “descomposición” del cuerpo: el protagonista quiere “poseer” y “rearmar” a su amante, no sólo en referencia al acto sexual sino para saber, quizás, cómo funciona su interior, cuáles son los componentes afectivos que lo hacen enamorarse.
Las partes del cuerpo también funcionan como entidades sentientes por sí solas: las piernas, las manos, los labios, la espalda, las costillas.
Guadagnino sugiere, conforme avanza el filme, que la “posesión” y la “descomposición” consiste en “habitar” el cuerpo y la mente del otro y viceversa; se repite entonces la vaga reflexión de Lee, “quiero hablar contigo sin hablar”, una idea que flota y permea sobre todo en la segunda mitad de la cinta.
De la filmografía de Guadagnino encuentro vasos comunicantes entre Queer y Hasta los huesos (2022), cinta de terror y romance en clave de road movie.
Ambas obras exploran, en distintos registros tonales, el ansia por deseo y por cariño que sobrelleva intensamente la figura del outsider; estos viajeros constantes sin rumbo fijo y sin descanso como el que descubrimos en Bill Lee, cuya fugacidad los empuja a buscar refugio en la aventura misma y en la fantasía de encontrar hogar en el otro, no tanto por ser aceptados o amados, sino como una búsqueda de satisfacer EL deseo, el anhelo y la nostalgia que constantemente los abruma.
*Realizador y crítico de cine
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