La travesía ilusoria: «Selva trágica» – CinEspacio24

La travesía ilusoria: «Selva trágica»

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Dirigida por Yulene Olaizola, Selva trágica está ambientada en 1920, entre la frontera de México y Belice, y nos lleva a la profundidad de la selva Maya donde un grupo de mexicanos trabajadores del chicle cruzan  dicho territorio junto  a una misteriosa joven,  que provocará tensión entre los hombres. 

 

                                                                                                                                  Selva trágica

Por Isaac Piña Galindo*

@IsaacPi15a 

Selva trágica, quinta película de la mexicana Yulene Olaizola, abre con una sucesión de planos que capturan la inmensidad cautivadora y, de igual manera, inquietante, de la jungla del título.

Un cuidado montaje, hecho prácticamente sin diálogos, que deja claro que la selva fungirá como protagonista definitivo del filme.

Con su ojo documental y una cámara polifacética, la cineasta se dispone a observar de forma pasiva el río fronterizo, así como, con idéntica curiosidad, se apresta a recorrer nerviosamente la espesura donde respiran árboles, animales y, quizá, espíritus.

De las entrañas de la tierra húmeda surge la coprotagonista, Agnes, joven beliceña que huye de un señor inglés que busca desposarla. Para escapar a tierras mexicanas, la atractiva muchacha debe cruzar el río Hondo y aquella selva impenetrable presentada al comienzo del filme.

Si bien el estilo documental domina las primeras secuencias, la película pronto se convierte en una especie de thriller místico, en el que Olaizola aprovecha las imponentes estampas iniciales para deformarlas y hacer de ellas un ambiente opresivo, vigilante e inaprensible.

A la trama se suma el punto de vista de un grupo de trabajadores mexicanos del chicle, quienes operan bajo la presión constante de su patrón y el temor por la amenazante presencia tanto de trabajadores ingleses y criollos, como de traficantes ilegales y animales depredadores.

Olaizola y su fotógrafa, la colombiana Sofía Oggioni, componen un universo visual hipnótico y arrebatador que poco a poco se confirma como la baza más importante del filme, porque la propuesta visual resulta un argumento suficiente para sobrellevar las flaquezas del guion y, en específico, de los diálogos.

Cabe destacar, además de la fotografía de Oggioni, el concienzudo trabajo de mezcla de sonido y diseño sonoro a cargo de José Miguel Enríquez, Jaime Baksht y Michelle Couttolenc. Los tres logran crear una atmósfera envolvente que potencia los esfuerzos de la puesta en cámara, al tiempo que consigue evocar una sensación aciaga y temible en el espectador.

La realizadora permite que la selva asuma el rol “narrativo» para relatar la improvisada fuga de los chicleros y Agnes, quien a su vez parece transformarse en Xtabay, ser mitológico similar a un súcubo que embrutece al grupo de jornaleros.

La jungla fronteriza se desdibuja en un limbo con propiedades mágicas, donde el talante taciturno de Agnes también se enturbia en forma tal que gestos nimios como una mirada o una sonrisa parecieran esconder una agenda oculta y conjurar encantamientos.

La “selva-Dios-narrador” actúa entonces como una fuerza imperturbable cuya presencia asfixia a los chicleros y los obliga a confiar sólo en su intuición y su mente, ambas afectadas por supersticiones.

Al final, la cineasta mexicana transita en el territorio de la fábula en clave poética, donde Agnes/Xtabay encarna los caprichos o juicios de la Naturaleza, la cual busca valerse de las debilidades de los hombres -en particular, su salvajismo y su infantilismo-, para manifestar su fuerza, casi divina, sobre ellos.

*Cineasta, analista y colaborador de CinEspacio24 Noticias 

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