Crítica de la película japonesa Godzilla: Final Wars, dirigida por Ryuhei Kitamura. Texto realizado en nuestro taller de Crítica Cinematográfica.
Por Juan Enrique Bonilla*
El consumo de películas es muy parecido a la toma de alimentos y bebidas. Nuestro cuerpo necesita una dieta sana y equilibrada para mantenerse robusto y vigoroso. Sin embargo, de vez en cuando es preciso, e inevitable, deleitarse con un platillo en exceso calórico pero gustoso para nuestras entrañas: unos tacos al pastor, un pozole, unas carnitas o una deliciosa concha.
Ver Godzilla: Final wars (2004) es la cheat meal en una dieta de Fellinis, Vardas, y Kurosawas (incluso es una cheat meal en una dieta de Spielbergs, Tarantinos, y Nolans, o una de Whedons, Gunns y Snyders), no obstante, es mejor recomendar una hamburguesa de tu puesto de comida rápida favorito (Butcher and Sons, en mi caso) que las hamburguesas congeladas que llevan un par de años en tu refrigerador.
Todos conocemos o hemos oído hablar de Godzilla o Gojira, el querido monstruo gigante, con cola, verde, quemaduras nucleares y semejante a un dinosaurio, que le encanta destruir edificios, o pelear contra otras criaturas colosales en la isla de Tokyo, o el estado de Nueva York.
Aunque originalmente se concibió a nuestro amigo como una catarsis para el pueblo Nipón de los horrores de la guerra y la bomba nuclear (Godzilla, 1954), eventualmente el éxito taquillero de películas como The beast from 20000 fathoms (1953) o Them! (1954) lo convirtieron en un producto más de la cultura y entretenimiento popular.
Godzilla: Final Wars, la última entrega de la era milenio de Godzilla, es una película de acción que tiene de todo, sin exagerar: mutantes, ovnis, submarinos, profecías ancestrales, persecución en motos, duelos de espadas, amuletos, chistes cortos, meteoritos, clones y hasta un mini godzilla (Minilla).
Su diseño sonoro, efectos especiales, vestuario, maquillaje, escenografía, actuaciones y diálogos son la epítome de lo campy o exagerado. Su plot ni siquiera es relevante o coherente, es sólo una excusa para ver a Godzilla pelear con todos sus más famosos adversarios: Ghidorah, Mothra, Gigan, Rodan, Hedora y hasta Zilla (la así nombrada versión american de Godzilla) están ahí.
Uno ve Godzilla: Final Wars sin esperar entender algo nuevo de la vida o de los nuevos dilemas políticos y sociales, sino porque amas a Godzilla, o porque al explorar canales por el cable, viste una escena, y te preguntaste qué madres es esto.
Ocasionalmente, algunas de sus películas pueden tener diferentes grados de profundidad. Por ejemplo Mothra vs. Godzilla (1964) es una crítica al capitalismo voraz, y Shin Godzilla (2016) es una reinspección de los elementos políticos de la película original, pero 50 años después. No obstante, la mayor parte de la franquicia está dedicada a satisfacer el apetito de acción, destrucción de maquetas,y exceso de efectos especiales y botargas de las masas. En este sentido, Godzilla: Final Wars no es la excepción a la regla, todo lo contrario, es un tributo y glorificación del género.
Contrario a las recientes versiones americanas de Godzilla como Godzilla: King of the Monsters (2019) o Godzilla vs. Kong (2021) esta película sabe lo que los fans del género Kaiju quieren: dos horas de peleas excesivamente coreografiadas entre botargas o criaturas de CGI, sin ponerle demasiada atención a los personajes humanos de la trama, que sólo sirven para romper la regla del show don’t tell, es decir, vivir la historia con imágenes y no con diálogos innecesario, y hacer un tell, tell, tell que nutre (o más bien desnutre) la trama de manera irónica.
Extrañamente, Godzilla: Final wars no cae, necesariamente, en el conjunto de historias que son tan malas que son buenas, como aquellas que hicieron famosos a Ed Wood o a Tommy Wiseau.
Es una película con elementos malos pero que entretiene y que está hecha con cariño y respeto a nuestra celebridad iracunda y verde (y no hablo de Hulk). A diferencia de películas como Catwoman (2004) o Super Mario Bros (1993), Godzilla: Final wars va a sacarle una sonrisa a los fanáticos, y al menos un tema de conversación estrafalario entre los amigos.
*Participante de nuestro Taller de Crítica Cinematográfica
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