El juego del calamar se ha convertido en una de las series más populares de Netflix, en este texto analizamos ese fenómeno y la calidad de este programa surcoreano.
Por Zuri Grace Bretón *
Este fin de semana se cumple un mes desde el estreno de El Juego del Calamar en Netflix, un corto tiempo de vida en términos televisivos, pero que le ha sido suficiente para posicionarse ya como un fenómeno cultural y de entretenimiento a nivel mundial, convirtiéndose con más de 111 millones de reproducciones en la serie original más vista en la historia del gigante del streaming y la primera producción surcoreana en entrar al top 10.
Su premisa es simple y al mismo tiempo sumamente interesante: un grupo de personas de clase baja, desesperados por las deudas que los consumen deciden entrar a un misterioso concurso ejecutado por una organización anónima donde deberán participar en una serie de clásicos juegos infantiles (al estilo de encantados o resorte), si sobreviven seis pruebas podrán solucionar sus vidas y llevarse a casa millones de wons (moneda surcoreana), pero si pierden, el castigo es, literalmente, la muerte. Una bizarra mezcla entre SAW y el videojuego Fall Guys, que según su creador Hwang Dong-hyuk, fue inspirado por sus propias deudas y dos mangas de los que era fanático en 2008 cuando empezó a escribir el guion: Battle Royale y Liar Game.
Por supuesto, como cualquier serie o película que trasciende en nuestros días, su tremenda popularización se traslada a todos los mercados, desde los numerosos videos de crítica o parodia en internet y TV o los infinitos memes que abundan en redes sociales, hasta la mercancía (oficial y no) de llaveros, playeras, pósters, etc, que podemos ver en todas las tiendas y mercados, lo que augura por supuesto que los overoles rojos con caretas de figuras geométricas serán este año el disfraz de halloween más visto en las calles.
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A este fenómeno colectivo se le conoce popularmente como “el tren del mame” y en el caso de El Juego del Calamar es indudable que se trata de uno de los trenes más largos y ruidosos de los últimos años, por lo que cualquier persona que no haya visto la serie hasta el momento se sentirá perdida, fuera de las referencias y chistes, y muy probablemente terminará sucumbiendo a la presión social para dedicarle unas cuantas horas a devorar la serie surcoreana de moda.
Claro que con este contexto en cuenta y aunado a las varias notas que presumen que al showrunner le tomó más de 10 años lograr que su obra saliera a la luz, es imposible no llegar a la serie con altas expectativas de lo que se verá y cuando esto sucede es un arma de doble filo, o bien, se ven recompensadas y el espectador se siente satisfecho con su tiempo y energía invertida o resultan contraproducentes y terminan por crear un efecto de decepción en su público.
Lamentablemente para algunos de quienes llegamos una o dos semanas “tarde” a la serie y con las expectativas, consciente o inconscientemente, muy arriba, probablemente el resultado fue el segundo… y no porque no sea buena, sino precisamente porque pudo ser brillante y se quedó en la medianía.
Porque sí que es fácil maratonear y devorar los nueve episodios con rapidez, la historia apela a uno de los instintos más básicos de las personas: el morbo, eso que nos hace querer saber cuál será el siguiente juego mortal y cómo (o si) lograrán salvarse los protagonistas, quién traicionará a quién y hasta dónde estarán dispuestos a llegar los personajes para conseguir los millones. Su manejo del ritmo es también una fortaleza, hace énfasis en los momentos claves y domina con gran precisión la conocida receta de identificar el momento más alto de tensión para terminar cada capítulo y provocar que no podamos evitar presionar el botón de “reproducir el siguiente”.
Sobre todo sus tres primeros capítulos están muy bien ejecutados (mención especial al segundo) y consiguen enganchar al público, definiendo de manera clara las reglas de este mundo, las dinámicas de los personajes y sus motivaciones, su mayor acierto es provocar que empaticemos con ellos y estemos al filo esperando que nuestro participante favorito supere cada etapa.
Y si bien visual y técnicamente está muy bien llevada, con colores y decorados vistosos, fotografía dinámica e imágenes crudas, a nivel guion se comienzan a presentar deficiencias conforme avanzan los capítulos, haciéndose predecible, adoptando clichés y cerrando las líneas argumentales pobremente. La muy interesante metáfora de crítica social que se insinuaba en esos primeros episodios va perdiendo peso al priorizar el entretenimiento situacional, los diálogos carecen de fuerza, no hay capas o subtexto y en lugar de hacer un retrato tridimensional de la clase alta optan por la caricaturización del malvado millonario excéntrico y la idealización del héroe pobre, pero noble, convirtiendo a otros personajes interesantes en meros recursos de los que deben deshacerse al final para obtener un campeón de moral de oro que sufre de culpabilidad.
El complejo problema estructural y sistémico se queda en lo superficial y es reducido al drama individual. Deja la sensación de ser la idea fresca de un visionario, ejecutada por un guionista que no pudo con la presión y falló en pulir y elevar la premisa para aprovechar todo su potencial y termina inclinándose por la respuesta sencilla. Claro que no es difícil entender su éxito, se trata de una serie sumamente entretenida, un drama de acción con forma atractiva, pero poco fondo.
Claro que por lo redituable que le resultó a Netflix lo más seguro es que la serie se renueve para una segunda temporada, sin embargo, cuesta trabajo pensar que se puedan corregir estas deficiencias, sobre todo si se decide explorar lo planteado en los últimos segundos del capítulo final que raya en lo burdo de la romantización del héroe…sin embargo, no cabe ninguna duda de que sin importar el camino que tome, en una nueva entrega el público masivo regresará a ella y seguramente veremos de nuevo el internet inundado de memes referenciales.
En un afán de ser un poco más optimistas al respecto, vale la pena resaltar que la serie contribuye a descentralizar la narrativa occidental en el mundo del entretenimiento y alienta al público a explorar historias con nuevas voces y perspectivas alternativas a la ya desgastada visión yankee, lo cual se agradece. Quizá el mayor valor de El juego del Calamar es precisamente el precedente que sienta para la industria del streaming (como en su momento lo hizo Parasites para el cine), esperamos que ello se traduzca en una mayor apertura para las producciones de distintos países que muestran otras realidades culturales, ampliando los catálogos sedientos de diversidad y representación.
*Licenciada en Comunicación, analista cinematográfica y colaboradora en CinEspacio24 Noticias
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