«El Brutalista», crítica a los Estados Unidos de la posguerra – CinEspacio24

«El Brutalista», crítica a los Estados Unidos de la posguerra

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En esta crítica a la cinta El brutalista, si bien se elogia la ambición de la película y su uso de la metáfora a la arquitectura brutalista, también se menciona su superficialidad al abordar algunos temas, la figura estereotípica del genio incomprendido y la falta de originalidad en su lenguaje cinematográfico. Esta cinta está nominada a 10 premios Oscar, incluyendo Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor. 

 

 

Por Arturo Brum Zarco*

@arturobrum

Utilizando como metáfora la arquitectura brutalista (un movimiento que se caracteriza por sus edificios que dejan a la vista los medios de construcción empleados, formas geométricas poco convencionales y sitios que tienen forma de grandes bloques), el director estadounidense Brady Corbet edificó su epopeya fílmica más ambiciosa de su carrera: El brutalista, su tercer largometraje.

Así como dicho estilo arquitectónico, que nació en los años 50 y buscaba nuevas formas de comprender la vida después de la devastadora Segunda Guerra Mundial, Corbet construye una narración ambientada en la posguerra, donde las construcciones nuevas y las secuencias con cámaras objetivas que van a alta velocidad por diversas carreteras y caminos estadounidenses, sugieren la modernidad que nació en los Estados Unidos después del conflicto bélico.

Uno de los puntos que aborda el director es la manera rápida, violenta y, en muchos casos, abusiva en que el gobierno y la clase alta estadounidense delinearon su nación para mostrar su poderío mundial al finalizar la guerra.

Para ese fin, el director narra la historia del arquitecto László Tóth (Adrien Brody, una actuación muy parecida a la que hace en El pianista de Roman Polanski, que por cierto le valió el Oscar a Mejor Actor), un judío húngaro que escapó del nazismo y llegó a los Estados Unidos para intentar reconstruir su vida, a pesar de que su esposa Erzsébet (Felicity Jones) y su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy) tuvieron que quedarse en Europa.

László (un personaje ficticio, reflejo de los migrantes de la época), un sobreviviente del campo de concentración de Buchenwald, fue un reconocido arquitecto antes de la guerra, graduado de la icónica escuela alemana de arte y diseño la Bauhaus (la cual en verdad existió y formó a las mentes más vanguardistas de principios del siglo pasado. Un centro educativo que clausuró el nazismo, pues la consideraban de tendencia judío-socialista).

De esa forma, somos testigos de cómo László encuentra en suelo estadounidense una sociedad que, en general, lo rechaza, por sus creencias religiosas y por ser europeo. Esto se puede ver en diversas escenas, como la secuencia donde la esposa de su mejor amigo lo acusa de intentar conquistarla para así deshacerse de él. El director, por momentos sutilmente y en otros no, logra que la xenofobia impregne todo el largometraje.

La suerte de László, quien tuvo que vivir en condiciones deplorables en Pensilvania, cambia cuando conoce al millonario y empresario industrial Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), quien funge como mecenas para Tóth y lo contrata para que realice el diseño de un monumental proyecto: un edificio que tenga una capilla, gimnasio y un centro de recreación para la comunidad, evidentemente un lugar para la clase adinerada.

Gracias a ese trabajo, László trae a su familia a los Estados Unidos, y lo que parece el inicio de un momento idílico se convertirá en un infierno para estos migrantes. Pues los abusos y el rechazo, acompañados de terribles secretos por parte de sus mecenas, traen consecuencias tan fuertes como los bloques gigantes que utiliza el arquitecto para su nuevo edificio.

La cinta está filmada en VistaVision, técnica que usó el director para que se pareciera a los filmes que se hacían en los años 50. El brutalista dura casi tres horas y media más un intermedio de 15 minutos, lo que hace que diversos conflictos que muestra la obra se sientan episódicos, en los cuales la resolución de lo que aborda queda sólo en la superficie.

Por ejemplo, en momentos el tema de la película parece ser la posible homosexualidad del personaje principal, o sus problemas de adicción, o su incomprendida visión artística, o el amor/odio hacia su esposa; tópicos que llegan a convertirse en meras anécdotas, pues el filme no ahonda en esos aspectos. Todo eso se debe a la figura casi estereotípica que usa el director: el genio incomprendido, marginado por la sociedad, el cual nadie entiende el sentido de su arte, lo que provoca que la cinta caiga en diversos clichés. Pues el arquitecto, por momentos, es un bohemio incontrolable.

Asimismo, el lenguaje cinematográfico de la cinta bien pudo acompañar la metáfora de una estética de la arquitectura brutalista, es decir planos arriesgados y vanguardistas, pero, a pesar de unos cuantos encuadres sobresalientes, las tomas y secuencias son pragmáticas y convencionales.

El brutalista es una obra entretenida sobre la modernidad después de la Segunda Guerra Mundial, la xenofobia estadounidense, la búsqueda de un lugar para el pueblo judío (que muchos han comprendido de manera extraña como un mensaje sionista) y una cinta más sobre un genio incomprendido; no obstante, sus momentos de superficialidad en varios temas y su poco atrevimiento en la forma narrativa hacen de la película un producto que no llega a ser memorable, a diferencia de un edificio brutalista.

*Periodista, crítico de cine y realizador. Director de CinEspacio24.

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