Crítica de Rápidos y Furiosos X, dirigida por Louis Leterrier. Regresa Vin Diesel en su conocido papel de Toretto para enfrentarse, junto a su familia de expertos conductores de autos, a un enemigo más, interpretado por Jason Momoa.
Poco más de 20 años han transcurrido de la primera entrega de Rápidos y furiosos, éxito taquillero de 2001 que a la postre formaría una comunidad de admiradores cuyo entusiasmo por las aventuras de la familia Toretto se mantiene hasta hoy.
Las partes dos y tres, estrenadas en 2003 y 2006, reforzaron el cariño de los fanáticos además de confirmar que el universo de Fast and furious marcó definitivamente la cultura pop cinéfila y automovilística.
Todavía resulta impactante que estemos instalados en el décimo capítulo de la saga, aun teniendo presente el contexto de la popularidad de las películas.
La pregunta retórica “¿Cómo demonios una franquicia puede tener 10 episodios?”, flota en conversaciones casuales entre círculos de amigos, lo mismo sean cinéfilos o críticos de cine.
Pensaríamos que Rápidos y Furiosos X se vería afectada por el desconcierto que despertó la novena cinta, un hartazgo que se traspasó hasta la producción de esta décima entrega y la que podríamos considerar la “magnum opus” de Vin Diesel.
Ocurre todo lo contrario, pues el actor/productor y líder del grupo, junto con el elenco principal y los productores, encontraron la manera de transformar el alboroto de la confusión y las burlas hirientes, en una sensación de asombro y admiración ante el compromiso cabal de mantener su estilo rocambolesco.
Furiosos 10 reutiliza escenarios y reformula algunas escenas de anteriores episodios, por lo que existe poco o nada de “factor sorpresa”, ya que Diesel y compañía inventan el “factor trepidante”; la película nos transporta, de forma vertiginosa, delirante y sin descanso, de país a país, de carrera a carrera o de pelea a pelea, en el espíritu de las película de aventuras o espías.
Los puntos de respiro entre cada secuencia de acción se caracterizan por la simpleza de sus diálogos meramente informativos, aunque aderezados con un humor torpe y los consabidos recordatorios sobre los pilares (y el corazón) del filme: la familia, la fe y el amor.
Furiosos 10 es el testamento de la misión alocada de Vin Diesel por entregar el espectáculo más ruidoso y divertido en su rústico mundo de autos y ladrones, con el objetivo de obtener una jugosa ganancia taquillera, pero también motivado por el cariño sincero que profesa a sus películas y a los actores que que lo han acompañado a lo largo de dos décadas.
¿Es descabellado pensar que Vin Diesel se ha vuelto Dominic Toretto en la vida real? No, no lo es, porque debo confesar que creo que Diesel ha adoptado los modos paternales y cariñosos, al igual que un poco de la vehemencia y la pose ruda, del ya legendario Toretto.
La diferencia, claro está, radica en que Diesel es una estrella de cine cuyo cometido no es robar bóvedas o pelear contra varios enemigos, sino que se encuentra dedicado a confeccionar un impresionante travesía familiar que raya en la fantasía y nos absorbe en uno de los mejores y más desternillantes ejemplos modernos del poder de la “magia del cine”.
Furiosos 10 hace las veces de una épica casi de ciencia ficción, un filme acelerado de las misma proporciones de grandes sagas ancladas en el mencionado género fantástico o el recientemente popular subgénero de superhéroes.
La familia Toretto protagoniza su propio «Avengers», con los característicos guiños, coscorrones cómicos y autohomenajes, una película en la que cabe todo aquello que amamos como las parrilladas y los chistes malos, al igual que la aparición aunque sea breve de personajes queridos por el público, y la introducción de un carismático reparto de nuevos héroes y villanos (donde destaca Jason Momoa como Dante, un exótico y teatral monstruo de “género fluido” que sin duda se ganará el cariño del público).
*Cineasta. Crítico de Cine. Colaborador de CinEspacio24 Noticias
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