Crítica de La chica salvaje, cinta dirigida por Olivia Newman, que cuenta la historia de Kya, una niña abandonada que se crió hasta la edad adulta en los peligrosos pantanos de Carolina del Norte.
Por Martín L. González*
Un niño feral es aquel infante que ha vivido lejos del contacto con la sociedad, ya sea por confinamiento total o por segregación de la humanidad. A pesar de que existen pocos casos documentados de estas personas marginadas, dentro del imaginario colectivo se creó una idea atípica del niño feral, influenciado en gran medida por los relatos extraordinarios que el cine ha contado a través de los años.
Y aunque se sabe que el estereotipo se basa fuertemente en la idea de un niño criado por animales salvajes, como el caso de la cinta El libro de la selva (1967), la verdad es que un niño feral puede nacer en el aislamiento de su propio hogar.
En el caso del largometraje La chica salvaje, la directora Olivia Newman aborda este tema desde una perspectiva diferente, que se aleja del mítico relato de Rómulo y Remo (los niños fundadores de Roma), y enfoca su atención en el aislamiento como consecuencia de un rechazo social. Es decir, plantea la idea de una niña salvaje que se recluye de la sociedad en un intento de escapar de un daño externo.
Por ello, la cinta cuenta la historia de Kya (Daisy Edgar-Jones) una chica abandonada por sus padres en una casa apartada de la civilización, en la cual se ve obligada a sobrevivir valiéndose de sus propios medios y habilidades, convirtiéndose de esta manera en una chica independiente pero cautelosa.
Sin embargo, el hecho de ser una relegada social parece dar derecho a los habitantes del pueblo más cercano a rechazarla y tratarla con desdén, reforzando el repudio de Kya por las relaciones humanas. Tras años de vivir en aislamiento por decisión propia, la mal llamada chica salvaje, es enjuiciada por homicidio, ya que el cuerpo sin vida de un chico que entabló una relación amorosa con la propia Kya, aparece cerca de la casa de esta.
De esta manera, la directora busca dar una perspectiva distinta al mito del niño feral, que a su vez funciona como el hilo conductor de una trama que busca ser confusa y sorprendente. En este aspecto, el filme utiliza el concepto del aislamiento social como una manera sutil de abordar la segregación a cierto tipo de personas, que no encajan del todo en una comunidad.
No obstante, la cinta constantemente se balancea entre lo tediosos y lo idílico, al menos durante la primera mitad de la cinta, en la cual podemos presenciar una cinta cliché romántica que raya en lo aburrido. Esto se debe a que la propuesta de la directora en el primer acto del largometraje es soso, ya que dentro de este propone poco, y en cambio replican la fórmula clásica del cine romántico que termina por hacer que la cinta se sienta irreal.
Aún con este precedente, durante la segunda mitad, la película comienza a tener destellos interesantes dentro de los parámetros que marca la cinta. Dejando de lado el romance y dando pie al suspenso. Es así como el filme comienza a tratar temas como la violencia de género y el racismo, a la vez que comienza una especie de mimetismo entre géneros para enganchar al espectador, el problema es que este cambio puede sentirse retardado, consiguiendo que la película se sienta irregular.
Aún con esto, La chica salvaje, que se estrena este 1 de septiembre, entiende cuál es su público, y nos ofrece un producto esperanzador que busca llenar de amor el corazón de los espectadores que encontrará en el filme un mensaje bastante hermoso.
*Crítico de cine. Colaborador de CinEspacio24.
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