Crítica de El sastre de la mafia, filme que sigue los pasos de Leonard, quien tiene una sastrería en Chicago y viste a miembros de la mafia. Una noche, dos mafiosos llaman a su puerta en busca de un favor, involucrando a Leonard en un juego mortal de engaño y asesinato.
Por Isaac Piña Galindo*
Quizás la manera de promocionar la película con la que debuta el escritor Graham Moore resulte un poco engañosa, ya que desde filmes como Búsqueda implacable y John Wick resurgió la figura del pistolero misterioso obligado a volver al negocio criminal para ajustar cuentas, mecanismo dramático propio de thrillers y cintas de acción.
Pareciera que El sastre de la mafia se adhiere a dicha corriente que podríamos llamar subgénero, pero Moore, en pluma y en propuesta visual, se aleja por completo de la mencionada parafernalia explosiva y brutal de cintas recientes como el remake de Death Wish, la divertida Nobody o algún suspenso dominguero del Liam Neeson tardío.
En efecto, Moore opta por un lenguaje distinto que se afianza en el imaginario de la puesta en escena más que de cámara, e incluso la estructura narrativa asume el ritmo de una pieza teatral en la que desfilan varios actores con la oportunidad de torcer la trama o, cuando menos, dar guerra a Leonard, el sastre interpretado con impecable elegancia por el inglés Mark Rylance.
La decisión de Moore resulta loable y riesgosa a partes iguales porque, aun cuando la película se sostiene por su carismático reparto, la trama toma una clara distancia del cine de acción o thriller, como ya anoté, aspecto que con toda probabilidad resultará confuso para muchos cinéfilos que verán insatisfecha su hambre de emociones intensas.
El director adopta además un muy particular tono bajo que enfatiza la dinámica actoral y refuerza el desarrollo de los incidentes que alimentan el misterio; de forma un tanto imperceptible, otro tanto juguetona, el director y escritor da lugar a que elementos como la corporalidad, la suavidad de la voz y el actuar pausado de Leonard afecten la cadencia del relato.
Así como los mafiosos y otros personajes secundarios orbitan alrededor del adusto e industrioso sastre y su tienda, poco a poco los espectadores nos encontramos igualmente inmersos en las observaciones del cordial británico, de modo que quedamos sujetos a su punto de vista y, poco a poco, a su propia versión de la historia.
La astucia y destreza del sastre se adivinan por la concienzuda manufactura de los trajes que arregla y confecciona; un constante ir y venir de las manos que, personalmente, me hace pensar en los trucos de los magos. Arte de prestidigitación que podría aplicarse también en el oficio de los cineastas.
Aunque en un primer momento el filme logra mantenernos en alerta de cualquier gesto, señal y acto que delate o sugiera una posible respuesta al enigma, el meticuloso esfuerzo de Moore se deshilacha un poco hacía el último acto, al punto que para cuando llegamos al giro final este ya perdió gran parte de su efecto sorpresa.
Para fortuna del realizador primerizo la película descansa sobre los hombros de Rylance, quien hace gala de su vasta experiencia teatral para apropiarse de cada espacio de la pantalla con su sonrisa tímida o su mirada inquieta, además de aprovechar y disfrutar cada línea de diálogo, elemento clave de su arsenal histriónico.
De la actuación de Rylance debe destacarse la sutil y amable habilidad para dejar que los actores entren en juego con él, ya que resulta palpable la confianza y gusto de afrontar el reto actoral que significa este tipo de obra. Cabe destacar aquí el trabajo de los jóvenes Johnny Flynn, Zoey Deutch y, sobre todo, de Dylan O’Brien.
En pocos minutos, O’Brien entrega una actuación cautivante por su simpática presencia en escena, pues el actor explora el coraje y la bravuconería de un mafiosillo novato al mismo tiempo que expone un cierto encanto juvenil que revela la ingenuidad y delicadeza del personaje.
A fin de cuentas, con este por demás interesante ejercicio de estilo a medio camino entre el teatro y el cine, Moore demuestra su seguridad y creatividad para filmar un atípico pequeño relato de crimen, abocado más a desenmarañar un cerebral despliegue de embustes y despistes que a exponer actos de cruel violencia criminal (hasta cierto punto). El sastre de la mafia se estrena este 1 de septiembre.
*Cineasta. Crítico. Colaborador de CinEspacio24 Noticias
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