El disco contiene letras muy personales que reflexionan sobre el abuso, las relaciones fallidas y el amor propio; esa misma sensación de intimidad se transmite a través del filme, pues mientras la versión animada de Billie sale del estudio de grabación y recorre las enormes avenidas solitarias de Los Ángeles en un porsche clásico, ella ofrece un concierto frente a las butacas vacías del Hollywood Bowl, uno de los recintos más importantes de la meca del cine.

La simple premisa de un concierto en un auditorio sin gente pareciera contradictoria, un absurdo, pero, accidentalmente o no, más allá de que la interpretación decaiga a falta del flujo de energía entre la cantante y sus fanáticos, el escenario se presta a una bella paradoja de la intimidad y el carácter público del arte, eso que se hace para expresar y ponerse a la vista del mundo, pero a la vez es algo personal, estrechamente atado a su creador.

Quizás el hecho de que tanto el disco como su ejercicio cinematográfico hayan sido realizados en aislamiento social contribuye a este efecto, es imposible saber si las decisiones creativas y, por ende, el resultado hubiese sido el mismo en otro momento de la historia, pero dentro de lo mucho que ha sido golpeada la industria musical y del entretenimiento por la pandemia, es esperanzador ver que algo positivo haya surgido de ello.

De esta manera entre canción y canción se intercalan imágenes de la Billie animada haciendo algunas paradas por rincones nostálgicos de Los Ángeles, con el concierto sin espectadores, pero acompañado de la Orquesta Filarmónica de LA, dirigida por la eminencia musical, Gustavo Dudamel y con la invitación especial, en una pieza, del coro infantil de la ciudad, al que ella misma pertenecía en su infancia.

Las imágenes del concierto están bellamente fotografiadas, pues se aprovecha al máximo la iluminación y efectos de luces que, conforme va anocheciendo, transforman el foro con cada nueva melodía. De igual forma, el montaje tiene gran dinamismo, fluyendo entre cada pista e inserto animado de manera casi imperceptible y con contadas pausas hechas por Billie para dar algunas notas respecto al disco y sobre el cariño que le tiene a su ciudad, misma que comenta haber revalorizado en últimos años. El homenaje es notorio, no sólo por ser el lugar retratado, sino en todo el arte vintage del disco y concierto que remite al Hollywood clásico de los 50 y 60.

Tras una hora de la hipnotizante experiencia visual, el concierto y la historia paralela se unen y llegan al clímax en la penúltima canción, la que da título al disco, Happier than ever. De manera poética, mientras Billie canta sobre aprender a soltar amores dañinos, la emoción por el futuro y encontrarse a sí misma, vemos bajar por las gradas del auditorio a la única asistente al concierto, es ella, su versión animada, que después de su recorrido por Los Ángeles ha llegado al Hollywood Bowl y lentamente, con la mirada fija en el escenario, toma asiento en la primera fila para disfrutar sonriente de la última pieza de la noche.