Crítica de Un dolor real, película dirigida y protagonizada Jesse Eisenberg. El filme narra el viaje de unos primos a Polonia para rendirle tributo a la memoria de su difunta abuela. Dicha travesía provocará cambios en su vida. Un cinta con una gran actuación de Jesse y Kieran Culkin.
Por Isaac Piña Galindo*
Un dolor real marca el segundo esfuerzo como director y escritor de Jesse Eisenberg, joven actor con una variada trayectoria que abarca desde melodramas indie y comedias, hasta películas de época y cintas de autores como Woody Allen y David Fincher.
En este su propio filme, Eisenberg también asume el rol protagónico para interpretar a David, un publicista con achaques físicos debidos a su agudo nerviosismo y timidez, a lo que se suma una pronunciada ansiedad social que lo deja un tanto aislado del mundo. Pese a todo, David ha logrado conducir una vida adulta en apariencia tranquila y satisfecha junto a su esposa y su hijo pequeño.
La película narra el viaje de nostalgia, o travesía curativa, que emprende David junto a su primo Benji, un sujeto extrovertido y vivaracho aunque un tanto enigmático, cuya vida se halla en un momento de espasmo y estancamiento.
Los primos deciden reconectar y reencontrar su cariño fraterno por medio de una expedición a Polonia, vía lo que se conoce como “tour de legado” para la comunidad judía, experiencia cultural (y algo lúdica) que servirá además como tour de celebración u homenaje en memoria de la abuela recientemente fallecida de Benji y David.
La palabra “legado” o “herencia” resulta clave porque el guion remarca, por medio de diálogos ágiles y agudos, la gran sombra que se proyecta como un tercer pasajero que acompaña a los primos-hermanos; los recuerdos y la confusa nostalgia que proviene de los engorrosos rituales de la infancia judía, la adolescencia compartida y la caótica entrada a la adultez, así como distintas memorias de la relación que sostenían con su abuela (muy diferente para cada primo).
La complicidad de las travesuras improvisadas conforme avanza el viaje ayuda a encauzar el cariño y a reestablecer algo de la “magia” perdida de juventud, aunque con cada pasaje del tour también se revela poco a poco la fractura y la particular crisis emocional que cada primo carga por su cuenta.
La conducta y comportamiento discordante entre la pasividad del introvertido David frente a los desplantes y ocurrencias del voluble Benji, hace patente el estado emocional tan dispar en que se encuentran ambos personajes.
El guion de Eisenberg desenmaraña con inteligencia cómo se complementan los “hermanos” incluso dentro de situaciones de incomodidad y estrés, al tiempo que sugiere poco a poco cuáles fueron los resentimientos que lastimaron al dúo conforme el crecimiento y la madurez que exigen el paso a la vida adulta.
Por conducto de conversaciones pasajeras e inocuas, los diálogos punzantes de la pluma de Eisenberg dejan entrever viejas heridas, y dudas e instantes de fragilidad en el actual presente.
La fotografía del polaco Michal Dymek contribuye de forma significativa con un trabajo de cámara que podría calificarse de quieto y discreto, una propuesta fotográfica que asume una engañosa pasividad turística.
Engañosa porque el candor del ojo turístico al fin y al cabo revela con idéntico interés tanto los lugares como los gestos de los personajes, ambos elementos fundamentales para presionar a los protagonistas o, por el contrario, permitir que el peso de los espacios asuma el rol principal en conjunto con el silencio de los cuartos de hotel y los ruidos sordos de la ciudad.
Notamos cómo los sitios visitados, muchos de ellos monumentos históricos, afectan los rostros y el humor de Benji y David, además de marcar el compás del clima emocional que pende sobre su relación.
Los edificios, su construcción y el talante de sus fachadas, al igual que los callejones y las avenidas, capturan e hipnotizan a los protagonistas; es una alquimia extraña, muy cinematográfica al depender del montaje y la foto, porque Benji y David evocan su pasado compartido, de lo alegre a lo traumático, al observar los monumentos y las calles principales, o al comer y descansar en bares y restaurantes, todos lugares totalmente foráneos para ellos.
Al ser turistas, los lugares quizá no simbolizan nada más que un pasado borroso y anecdótico, porque no comparten historia personal con éstos, pero aquellos detalles que capturan la atención de los primos resulta fascinante pues revelan poco a poco otras facetas de la personalidad de cada uno.
A lo largo de esta suerte de road movie, siempre sorprende y maravilla Kieran Culkin en la piel de Benji, un personaje explosivo y revoltoso que fácilmente pudo resultar en un papel caricaturesco, escandaloso y plano, pero que en las manos de Culkin descubrimos escena con escena una figura a ratos indescifrable y estresante, pero siempre con un matiz extra de picardía, gracia y franco encanto.
La inspirada actuación de Culkin encuentra apoyo y cobijo en el sólido elenco que completa el filme, donde cabe aplaudir la labor de los ingleses Kurt Egywian y Will Sharpe, sin olvidar mencionar una vez más la brillante interpretación del mismo Jesse Eisenberg.
Un dolor real deja de manifiesto el notable talento de Eisenberg como escritor, al tiempo que revela su sensibilidad detrás de cámara para hallar el ritmo visual y el espacio con el que los actores puedan establecer y explorar la dinámica entre sus personajes y sus distintos estados emocionales.
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*Realizador y Crítico Cinematográfico
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