Soul, el nuevo largometraje de Pixar dirigido por Pete Docter, es una propuesta atrevida, una cinta animada que demuestra que una buena película infantil también es para el público adulto.
Por Zuri Grace Bretón *
Si no fuese un pecado periodístico usar encabezados kilométricos, el presente texto llevaría por nombre: “De Soul y cómo Pixar es capaz de hacer una película infantil sobre la crisis de la mediana edad”. Y es que, ese enunciado engloba perfectamente la esencia del último estreno importante del 2020, Soul, el filme más adulto de Pixar hasta el momento.
En 2015 este estudio nos sorprendió a muchos con la entrega de Intensamente, la historia de Riley, una niña de 11 años, cuya trama se desenvolvía al interior de su mente siendo manejada por sus emociones. En su momento se comentó ampliamente que la película presentaba teorías y conceptos poco digeribles para el público infantil.
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En esta ocasión Pete Docter, director de ambas, retoma ese camino, el de antropomorfizar las ideas intangibles, llevándolo ahora incluso a otro nivel de simplificación, en Soul no hay enredos para comprender lo que se nos plantea, los elementos en juego son pocos y perfectamente detallados, por lo que se logra asimilar la premisa en sus primeros minutos prácticamente sin esfuerzo y a partir de ahí todo fluye con naturalidad.
Sólo Pixar tiene esa extraordinaria habilidad de abstraer conceptos tan complejos como la muerte, la trascendencia, lo metafísico y el existencialismo, y darles la forma de dibujos animados.
Y aunque, Intensamente se preocupó por hablarle a su audiencia adulta, no dejaba de girar alrededor de una niña pequeña y sus conflictos preadolescentes, ese no es el caso para Soul, donde el protagonista es Joe Gardner, un solitario músico de Jazz, que lidia con la frustración de no haber alcanzado sus sueños y estar estancado como un simple maestro de secundaria pública en Brooklyn, vida que él mismo encuentra desalentadora y hasta mediocre. En un giro del destino a Joe se le da la oportunidad de debutar en un importante cuarteto de Jazz con lo que la anhelada posibilidad de cambiar su rumbo está por fin al alcance, pero tristemente muere en un accidente el mismo día.
Pese a que el tono con el que se nos cuenta esto no sea tan dramático, honestamente es una premisa bastante más oscura y pesimista de lo que estamos acostumbrados a ver en los dibujos animados, pero, sobre todo, es más realista. El sentimiento de una vida vacía y sin sentido es algo con lo que muchísimos adultos pueden empatizar, tanto que este mal tiene su propio nombre: la crisis de la mediana edad.
Soul usa los dibujos y formas infantiles para explorar la existencia humana, el propósito, la idealización de trascender y la belleza de la cotidianeidad. Toma el clásico cuento de la segunda oportunidad de vivir al estilo de Los fantasmas de Scrooge, y lo renueva sin caer en clichés.
Todo esto, enriquecido por distintos elementos que quizá hagan de Soul una de las películas animadas más diversas racialmente hablando, pues se trata de un homenaje a la cultura afroamericana que no cae en estereotipos, sino que retrata el submundo neoyorquino habitado por la comunidad negra. Asimismo, logra colar de manera discreta y casi imperceptible un discurso de ideología de género: el cuerpo no define la identidad y la personalidad no está ligada a un género.
Esto lo vemos a través de 22, un alma que habita en el “Gran antes” y que, por temor, se niega a nacer, Joe desea utilizarla para regresar a la Tierra y evitar entrar en el “Gran después”, pero por error termina dentro del cuerpo de un gato y a su vez 22 en el de él. A partir de entonces, 22 deberá acompañar a Joe para ayudarle a recuperar su cuerpo, mientras al mismo tiempo descubre la belleza de vivir, cosa que antes habían tratado de transmitirle infructuosamente otros notables guías espirituales, como la madre Teresa de Calcuta o Newton, pero que no logra comprender hasta que camina en los zapatos de un hombre común y corriente con dilemas como los de cualquier otro.
Si bien, 22 tiene voz femenina, le explica a Joe que al ser un alma puede expresarse de la forma que desee sin esto estar ligado a moldes. Qué manera tan sencilla de poner sobre la mesa que los roles de género son una etiqueta social impuesta al llegar al mundo.
Y es que conforme la sociedad misma ha evolucionado, cambiando sus dinámicas y haciéndose más abierta, Pixar ha avanzado también, planteando premisas cada vez más complejas, incluso cuando retoma sus clásicos. Lo vimos en Toy Story 4, la última entrega de esa entrañable franquicia que ya no trata únicamente sobre las clásicas aventuras de los juguetes, sino que está cargada de cuestionamientos filosóficos encarnados por Forky, un juguete hecho de basura, que arroja las preguntas ¿qué es el ser y qué es lo que da la vida? El crecimiento se observa igualmente en el conflicto de Woody; salir de la zona de confort, aprender a soltar e iniciar nuevas etapas.
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En esa película tenemos también algunos guiños de inclusión hacia las personas con capacidades distintas o sobre la importancia de la donación de órganos, ejemplificada por la caja de voz de Woody. Todos estos, planteamientos ciertamente distintos a los que nosotros vimos siendo niños y aptos para el mundo en el que están creciendo las nuevas generaciones.
Así pues, en Soul se consolida esta tendencia de enfoque en lo social y con cuestionamientos existencialistas expresados de manera poética a través de personajes tridimensionales, y que, junto con la ya esperada maestría técnica en animación, así como su banda sonora jazzística, nos entregan una cinta bellísima y de una madurez inesperada. Que, por más cursi que suene, llega en el momento preciso, durante el cierre de un año duro y triste, para recordarnos que la felicidad se puede encontrar en las cosas más pequeñas.
*Licenciada en Comunicación, analista cinematográfica y colaboradora en CinEspacio24 Noticias
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