Crítica de Lilo, Lilo, Cocodrilo, una comedia musical protagonizada por Javier Bardem. El filme nos narra la historia de un cocodrilo con un gran talento para cantar pero con miedo escénico.
Por Martín L. González*
Un animal con características especiales y una familia que aprende a convivir con él debería considerarse ya un subgénero, pues resulta sorprendente la cantidad de veces que se recurre a esta herramienta narrativa para contar una historia que busca ser conmovedora y reflexiva, usando la comedia como eje principal. Es decir, las situaciones hilarantes son prácticamente inevitables cuando juntas una familia amorosa con un animal antropomórfico, y por ello es que se utiliza tanto este recurso.
En el caso de Lilo, Lilo, Cocodrilo, basado en los exitosos libros de Bernard Waber, nos encontramos ante un reptil llamado Lilo, cuya principal característica es que, además de tener el don de coexistir en un ambiente citadino (que dista mucho de su ambiente natural), tiene una privilegiada voz, y su canto hipnotiza y seduce a todas las personas que estén cerca de él. Es por esto que un fracasado mago con complejo de showman llamado Hector P. Valenti (Javier Bardem), decide arroparlo en sus brazos y pulir su talento para conseguir el reconocimiento que él siempre ha buscado, aunque sea a través de Lilo (Shawn Méndez).
Tristemente las cosas no salen según lo planeado, ya que el talentoso reptil tiene pánico escénico, por lo que en la presentación que cambiará para siempre la vida de Hector, Lilo se ve enmudecido ante un público expectante, convirtiendo la noche anhelada en un fracaso total. Asimismo, durante esta presentación se encontraba en juego la vivienda de Hector, quien sin pensarlo abandona a Lilo en el ático de lo que solía ser su hogar. Meses después, una familia decide rentar este lugar y evidentemente se encuentran a un enorme animal con un aplastante talento que tarde o temprano será expuesto.
Es así como los directores Will Speck y Josh Gordon entregan una cinta que resulta funcional, ya que, aunque la película tiene numerosas incoherencias, se centra en sus fortalezas y las exprime al máximo para así transmitir un mensaje conmovedor y positivo sobre la confianza, el amor y cuidado a los animales.
De esa forma, evita rutas argumentales con un desarrollo complejo, y en su lugar toma el camino amarillo pavimentado lleno de momentos musicales con hermosas coreografías donde vemos a Lilo (que por cierto está muy bien diseñado) en su máximo esplendor.
Por ello, es que la cinta resulta entretenida, pues al utilizar la figura de un cocodrilo antropomórfico divertido y simpático impacta de manera brillante en el público infantil, dejando unas secuencias de canto bonitas y memorables.
Además, Lilo funge como una representación gráfica de los deseos que permean a la familia, ya que que parecen estar bajo ciertas ataduras sociales y morales que nos les permite ser ellos mismos, obligándose a encerrar sus personalidades en un ático mental.
Algunas situaciones son convenientes para el guion y otras tantas parecen desarrollarse por arte de magia, así que la coherencia no es algo que rige al filme. En este aspecto el largometraje apela a su facilidad para conectar con el público infantil, quienes a su vez transmiten ese sentimiento a sus padres para crear una red de seguridad donde toda la familia puede pasar un buen rato sin tener que pensar demasiado.
Lilo, Lilo, Cocodrilo, que se estrena este 27 de octubre, es una película con un personaje que se puede convertir en un icono para el cine infantil.
*Crítico de cine. Colaborador CinEspacio24
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