Crítica de la película Justicia Implacable, dirigida por Guy Ritchie y protagonizada por Jason Statham. El filme narra la aventura de un misteriosa guardia de seguridad que tiene habilidades especiales como si fuera un soldado profesional. Una cinta con toques de neo noir.
Por Isaac Piña Galindo* Dos guardias de seguridad conducen un camión blindado en absoluta tranquilidad, cuando son interceptados por un grupo de ladrones que los atacan con precisión militar. El crimen se filma desde el punto de vista de los guardias, en un plano secuencia que aprovecha el espacio vacío para aumentar la tensión y la sensación de caos. De tal forma abre el intenso prólogo de Justicia implacable, duodécima película del británico Guy Ritchie, la cual deja de manifiesto el deseo del director por probar un enfoque estilístico distinto. En aras de dicha experimentación estética, Ritchie nos conduce al terreno del neonoir más crudo, a una película en un tono sombrío diferente de su habitual retrato del submundo criminal, aunque todavía repleto de su familiar elenco de perdedores, criminales de poca monta y tipos de peor ralea. El realizador británico retoma también el marco de su consabida narrativa coral para desmontarla y manipular sus mecanismos. El filme se divide entonces en un intrigante díptico que parte del subgénero de atracos, para progresar (o degenerar mejor dicho) en el cuento de venganza con tintes de neowestern urbano. Gradualmente, “H”, el misterioso guardia de seguridad pragmático y calculador interpretado por Jason Statham, se transforma en un antihéroe imperturbable pero simpático que, no obstante, queda envuelto en el inevitable círculo de violencia provocado por su obsesión revanchista. Al contrario de las últimas tendencias más «hollywoodescas», el arco dramático de «H» no encaja en el molde del veterano que se embarca en una última misión, ni tampoco se trata de un joven temperamental con ansia de probar su valentía. Cuando por fin descubrimos el motivo del comportamiento del protagonista, nos encontramos con un padre de familia de casi 50 años que trata de llevar una vida apacible, concentrado en conectarse con la vida de su hijo adolescente, luego de una crisis matrimonial que terminó en divorcio. Hábilmente, Ritchie subvierte las expectativas del filme sobre robos al revelar que el corazón de la historia estriba en contestar la pregunta: ¿qué haría un padre por vengar a su hijo? De manera por demás interesante, el realizador se identifica con el conflicto de su protagonista al punto de adoptar la metódica, clínica y fiera investigación de H; si bien Ritchie conserva la particular bravura de su cine de acción, al final predomina en la cinta una puesta en cámara sobria y contenida que se aproxima a lo clásico, e inyecta un toque de elegancia pocas veces visto en su filmografía. En favor de esta parquedad que pedía la película, el cineasta británico hace distancia de las convenciones estéticas actuales en Hollywood, como en «John Wick» o la saga de «Rápidos y furiosos», e inclusive toma un respiro de su propio estilo explosivo y desaforado. De igual manera, el filme sobresale por la meticulosa coordinación de las secuencias de acción, momentos puntuales de la película que funcionan no para impresionar con sus efectos especiales y la destreza de los actores, sino para desarrollar la psicología de «H» y analizar las similitudes entre el grupo de guardias y el de los ladrones. El realizador muestra cuánto ha ganado en madurez y sensibilidad mediante la sabia malicia de aprovechar el pragmatismo del personaje protagónico para adaptarlo a su puesta en escena: una cámara reposada que observa con idéntico interés un close-up a los ojos que el impacto seco de un balazo. Así, Ritchie redescubre, en su sagacidad artística, una nueva manera de entretejer un thriller; en esta ocasión, más enfocado en el aspecto emocional de la venganza así como en la delgada frontera entre lo criminal y lo legal, donde incluso explora la violencia inherente en la actividad corporativa.
*Cineasta, analista y colaborador de CinEspacio24 Noticias
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