Con grandes interpretaciones de Daniel Kaluuya y LaKeith Stanfield, Judas y el mesías negro nos narra cómo William O’Neal se infiltra, por órdenes del FBI, en el Partido Pantera Negra para recopilar información sobre su presidente Fred Hampton. Película nominada a seis Oscar.
¿Las ideas de un hombre, proyectadas por medio de sus actos, pueden rearticular hasta cierto punto un sistema social? ¿Podrían estas mismas ideas “sacudirse” los prejuicios, las injurias y los actos criminales que afectan al hombre y su comunidad?
Shaka King, el director y coescritor de Judas y el mesías negro, explora la agitada vida sociopolítica de Fred Hampton, joven presidente del Partido Pantera Negra en Illinois a fines de los años 60. Un activista que seguía los pasos de Martin Luther King Jr., de Ernesto “el Che” Guevara y del líder nacional de los Pantera Negra, Bobby Seale.
Hampton pronunciaba discursos en favor de un movimiento unido en contra de la segregación racial, al punto de reunir las voces de grupos afroamericanos, chicanos, blancos y nativos americanos, con el fin de encontrar oportunidades de justicia para todos. Esta alianza multicultural fue conocida como la “coalición Rainbow”.
Otro acto contundente promovido por Hampton sucedió en paralelo con la “coalición Rainbow”, cuando el líder abogó y luchó por un pacto de paz con pandillas rivales, con el objetivo de dejar de lado sus conflictos y unidos buscar el cambio social. También célebre fue su programa de “Desayuno gratis”, con el cual se montaron comedores públicos para jóvenes y niños de escasos recursos, entre otros varios programas más.
King y su coescritor, Will Berson, tenían en sus manos una película biográfica interesante, visceral y por demás pertinente para los tiempos que corren, pues recordemos que tan sólo el año pasado (2020) las calles de Estados Unidos fueron tomadas por una mayoría de grupos y simpatizantes del movimiento Black Lives Matter (“Las vidas negras importan”), para manifestarse en contra de la brutalidad policiaca y el racismo.
Pero King y Berson decidieron trasladar el punto de vista para que el narrador fuera Bill O’Neal, un hombre escurridizo y sombrío que luego de un robo frustrado acepta convertirse en agente encubierto del FBI, a cambio de no pasar tiempo en prisión.
La repentina oportunidad de servir en una misión apremiante parece encaminar a O’Neal a conquistar el estilo de vida confortable que tanto ansía, y de paso convertirse quizá en “alguien importante”.
El mecanismo narrativo utilizado por Berson y King imprime a la película un tono realista, crudo, que en una biografía (o biopic) más tradicional tal vez hubiera sido difícil de conseguir. Con la inclusión de la voz narradora de O’Neal, nos encontramos ante una suerte de “película dentro de una película”, un entramado que agrega otra mirada, muy singular y diferente a la de los activistas, la cual revela y describe los actos y discursos de Hampton.
De manera tal que la oratoria sobre los ideales y los programas, y la cruzada cuasi ilusa de un hombre y su grupo, cobra un sentido trágico que reaviva y contextualiza en nuestro presente la visión de Hampton; así, como público, participamos en la discusión sobre dicha movilización social y los cambios que los programas de Hampton provocaron o habrían provocado.
King no embellece la estampa ideológica de Hampton, sino que retrata al líder desde una distancia de admiración y respeto, en pos de estudiar el espíritu revolucionario del hombre e invitando al espectador a hacerlo también, sin recurrir a las trampas simplistas del melodrama acartonado y evitando de ese modo la adoración fanática.
El director trabaja con la seguridad que brinda estar respaldado por un guion ágil e ingenioso, cualidades encontradas y aprovechadas igualmente por el elenco completo, donde destacan los protagonistas Daniel Kaluuya y LaKeith Stanfield, como Hampton y O’Neal respectivamente.
Kaluuya demuestra su sensibilidad para capturar la manera en que gradualmente su personaje descubre el poder de sus mensajes, y cómo su propia figura crece al alimentarse con el cariño y calor de la comunidad.
Al entrar en la piel de Hampton, el histrión británico crea prácticamente dos personajes que habitan en un solo individuo. Por un lado, encontramos al carismático líder, quien actúa con valentía y decisión pero que se ve por momentos entorpecido por su propia forma de ser, arrebatada y efusiva.
Por otra parte, Kaluuya también esboza al Hampton dubitativo, afectuoso con sus más cercanos y que, entre un discurso y otro, sopesa con preocupación sus propias palabras, con el temor de perder la brújula y empezar a actuar de forma irresponsable y peligrosa.
La réplica actoral de Stanfield resulta igual de poderosa y fascinante. O’Neal, un criminal de poca monta y con un futuro de perdedor o presidiario, se transforma en espía del FBI, con el encargo de una misión confusa pero cuyo cumplimiento significaría la oportunidad de tener “otra vida”, lejos de ser un don nadie.
Como O’Neal, Stanfield observa con detenimiento las dos caras de Hampton, y poco a poco la intriga se entremezcla con el asombro, cediendo ante el magnetismo del “mesías negro” y poniendo en entredicho su propio compromiso con sus empleadores en el FBI.
Por descuento, la vida suntuaria, casi amoral, de O’Neal se trastoca. La relación cada vez más cercana que tiene con Hampton, sumada al cobijo y la bondad que ofrece el grupo, transforma la tarea de O’Neal en una ordalía intensa, que Stanfield explora con una gesticulación impetuosa y los movimientos inquietos de su cuerpo.
Kaluuya es enérgico e hipnótico, mientras que la interpretación de Stanfield en contraste queda marcada por el silencio, por miradas furtivas en las que se adivina el sorpresivo aprecio que O’Neal desarrolla por Hampton y la encrucijada emocional que crece dentro de él, quien debe traicionar la lealtad tanto del hombre/mesías como la de su propia comunidad.
Judas y el mesías negroes un thriller político donde se entrecruzan una trama de espionaje y la biopic, tres géneros que Shaka King manipula con astucia y mano firme, en aras de recuperar la voz de Hampton para examinar su ferviente idealismo bajo la luz de esta última década, al mismo tiempo que se aventura a señalar los sedimentos podridos de un sistema sociopolítico que, actualmente, se encuentra asfixiado por una angustiosa crisis ética.
*Cineasta, analista y colaborador de CinEspacio24 Noticias
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