«El menú», platos fríos, verdades hirientes – CinEspacio24

«El menú», platos fríos, verdades hirientes

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Crítica de El menú, cinta dirigida por Mark Mylod, quien nos narra cómo una joven pareja viaja a uno de los lugares más exclusivos del mundo para disfrutar de una experiencia culinaria, pero se encontrarán con unos acontecimientos tétricos. Protagonizada por Nicholas Hoult, Anya Taylor-Joy y Ralph Fiennes.

 

Por Isaac Piña Galindo*

@IsaacPi15a 

Luego de regalar grandes episodios en series galardonadas como Succession y Game of Thrones, Mark Mylod regresa a la pantalla grande después de una lustrosa década televisiva en la cual perfeccionó su pulso para construir suspense, manejar diálogos cargados de humor negro y escudriñar personajes tan geniales y fascinantes como atribulados y autodestructivos.

El director inglés toma las riendas del guion escrito a dos manos por Seth Reiss y Will Tracy para entregar una comedia elegante, atrevida y oscura, en la que se medita sobre la sobrevaloración del arte y el rol del artista en el contexto de un mundo convulso, insaciable y, en numerosas ocasiones, violento.

De igual modo, cada comensal pareciera representar un concreto tipo de crisis o insidia, un malestar silencioso y cínico acorde a estos tiempos: tres treintañeros hambrientos de estatus social y económico, una pareja madura de clase alta cuya convivencia es nula y autómata, o un actor de Hollywood con una carrera muerta desesperado por recapturar su gloria de “estrella”.

La trifecta protagónica compuesta por los actores británicos Nicholas Hoult, Anya Taylor-Joy y Ralph Fiennes demarca el tono y el agrio humor de cada escena, pues la dinámica que sostienen con cada diálogo y gesto refuerza el lado visceral de la cinta, elemento puntual que realza la tesis de la misma.

Cabe subrayar que sobre todo reluce Fiennes en la piel del chef Slowik, un personaje de manierismos afectados, calculador pero enérgico y tajante en lo tocante a su arte, en una suerte de vehemencia contenida que resulta arrebatadora.

A fin de cuentas, una figura torva, incomprensible pero conmovedora por su duelo personal, una existencia atormentada por los efectos colaterales de su disciplina y cómo su naturaleza fervorosa trastoca el poco amor que (todavía) le profesa a su arte.

En manos de otro director, esta figura del chef de talante frío y actuar obsesivo desaparecería en favor del chispeante pero simplón antagonista, sanguinario y desaforado al estilo de los villanos que colman muchas películas sobre asesinos y psicópatas.

Caso contrario, Slowik y su intrincado menú encierra un debate intrigante sobre la actividad artística, el cómo se relaciona el artista con el público y la forma en que la audiencia puede fragmentarse de acuerdo a quién “consuma” el acto o el objeto artístico.

Reiss y Tracy evitan la trampa de declarar sentencias categóricas para abocarse a narrar un relato lúdico, incisivo y por momentos furioso, antes que soltar un sermón engorroso lleno de alabanzas a los “Artistas”, con lo que además rehúyen a asumir cualquier tipo de postura a favor o en contra del concepto de “genio” en el ámbito artístico, o del “realizador-autor” en el caso del cine.

Los monólogos del chef Slowik hacen las veces de un caballo de Troya para Reiss y Tracy, pues el breve discurso introductorio que acompaña a cada platillo permite a los guionistas desarrollar la retórica que sirve de motor a la trama principal, cavilaciones expresadas de forma mordaz y en un tono marcadamente pesimista.

Diálogo a diálogo se confrontan reflexiones que versan sobre el origen de la inspiración artística, al tiempo que cuestionan la autenticidad del artista y su labor en una sociedad cerrada que le presiona y le exige, minando de a poco la calidad de genuino, personal y espontáneo propia del quehacer artístico.

Porque no hay cabida para el mundo personal del cocinero/el pintor/el cineasta si el camino ya está dictado, si sólo se trata de seguir una recetita que cumpla ciertos puntos rigoristas que satisfagan agendas de grupos de alta sociedad o académicos.

De esta manera nos encontramos ante un filme ingenioso en el que Mylod trabaja con una mezcla rara de sabores e ingredientes, donde el truco radica en explorar problemáticas propias del estudio de la estética y el arte desde el cine de género (el thriller), discusiones que imaginamos reservadas para un cine culto, intelectual o, cuando menos, experimental.

No obstante, Mylod en esencia compone un disruptivo thriller burlesco, cautivante por las puntuaciones que el director hace con la cámara en un espacio tan cerrado, apoyado por un montaje que utiliza el factor sorpresa a la perfección, provocando mayor ansiedad y temor que en mucho del cine de horror actual (plagado de ruidos y movimientos de cámara efectistas).

Cada apartado cinematográfico de El menú alcanza, en muchos momentos de su tercer acto, un punto exacto de exquisita cocción cinematográfica, si se me permite el guiño a la referencia culinaria.

Tomemos, por ejemplo, la música de Peter Deming, veterano compositor cuya banda sonora no sirve como un reforzamiento ramplón para señalarnos si es una escena cómica o de horror, sino que en su momento de mayor triunfo se percibe una tonada casi festiva que contrasta el sentimiento de conmoción que sufren los comensales/víctimas al descubrir el terrible curso que ha tomado la velada.

Con ayuda de la banda sonora, Mylod logra desdibujar la línea de monstruo y genio porque la partitura complementa la emoción (y eventual catarsis) del personaje interpretado por Fiennes.

Para quien esto escribe, El menú, que se estrena jueves 17 de noviembre,  es una película que se rebela contra la pedantería artística y el elitismo académico, un filme quemante que por un lado se mofa y por otro analiza la necesidad cada vez más acuciante de figurar, de robar cámara, de estar “ahí” en el momento de la acción o de algún suceso importante, de manifestarse por la pura ansia de ser parte del discurso, inclusive cuando no se comprende realmente sobre lo que se habla.

 

*Cineasta. Crítico de Cine. Colaborador de CinEspacio24 Noticias 

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