«El Eco», gran documental poético rural – CinEspacio24

«El Eco», gran documental poético rural

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Crítica de El eco, el nuevo documental de Tatiana Huezo, quien vuelve a entregarnos un bello trabajo sensorial, ahora sobre un pequeño pueblo llamado El Eco, donde nos muestra por medio de unas miradas infantiles la vida en el campo y en la impredecible naturaleza. 

 

Por Isaac Piña Galindo*

@IsaacPi15a 

El aullido del viento, los animales pastando, el crujir de las ramas en la espesa arboleda, las risas de un grupo de niños en clase.

Así presenta la directora Tatiana Huezo a los protagonistas de su último filme, El eco, un trabajo que toma distancia de las convenciones del documental observacional y testimonial, para construir un cruce entre fábula con ribetes poéticos, un coming of age rural, y el relato-radiografía del trajín laboral y familiar en una pequeña comunidad mexicana.

El montaje presenta las imágenes como una corriente libre, sin una aparente “lógica”; capturas que funcionan como frescos, por un lado de la Naturaleza, sobrecogedora, bella y demoledora a partes iguales, mientras que por otro lado observamos con detalle los rituales del trabajo campesino, o las tareas particulares de varios jovencitos en el hogar, en la escuela y en el campo.

Huezo cuenta con el apoyo de la diseñadora sonora Lena Esquenazi, frecuente colaboradora suya, quien moldea con meticulosidad cada capa de sonido que logra intensificar el desfile de imágenes en pantalla, sonidos que de cierto modo “dan cuerpo” al imponente escenario donde transcurre el filme.

El mapa sonoro encuentra su complemento e inspiriación en el ojo del cinefotógrafo Ernesto Pardo, cuya mancuerna con Huezo desde películas como El lugar más pequeño (2011) y Tempestad (2016) les ha permitido depurar este estilo visual tan particular, el cual consta de la recolección de imágenes cautivantes y reveladoras que nos sitúa en el centro del “universo” emocional del filme, al tiempo que inyecta al escenario rural mexicano de cierto aire místico e insondable.

Por supuesto, allí reside la fuerza de la visión de Huezo, la vitalidad con que se enuncian los elementos de su documental, una película como un cuadro impresionista donde la “puntuación” y las “palabras” son las hojas de los árboles, las manos de los niños, la niebla.

En El eco la directora reúne a varios personajes en un relato más bien escueto, ya que Huezo sacrifica una “historia” en favor de un crisol de vivencias y exploraciones, además de las subsecuentes reflexiones de los verdaderos personajes principales: los infantes.

Las miradas de los niños y los jóvenes, algunos ya en plena adolescencia, confrontan, desafían o, en ciertos momentos, aceptan la realidad que poco a poco descifran.

Aquí, el silencio es el aliado principal para la sensibilidad de la realizadora, quien deja que los niños “fluyan” en su espacio físico y su mundo interno, momentos llenos de simpatía, ternura y comprensión, todo ello con poco o nada de interlocución.

Claro, El eco podría encajar en el subgénero llamado “trama de madurez” o «coming of age»; no obstante, más que madurez yo le llamaría “filme de tránsito”.

Tránsito porque el ritmo pausado permite que el espectador respire al compás del ecosistema, social y natural, de El Eco.

De tal modo que acompañamos y observamos los cambios de estado de primera mano: la tierra afectada por la falta de lluvia, las vacas quejumbrosas que enflacan de a poco, la neblina que se asienta, las caras de los niños al observar en silencio el talante caprichoso de la Naturaleza.

El fallecimiento del integrante de una de las familias divide la película en dos, e ilustra esta idea del proceso, de la mutación y las facetas de una metamorfosis, desde lo individual hasta lo comunitario.

La muerte pesa en las tres familias “protagónicas”, para unos trastoca el panorama físico y la rutina diaria, mientras que para otros el deceso provoca un impacto fuerte que se manifiesta gradualmente en el núcleo familiar.

Para Montse, una de las jóvenes adolescentes, este acontecimiento desata una serie de dudas sobre su rol social y ensombrece su dinámica familiar, motivo por el que surgen desavenencias con la madre de familia.

Ocurre asimismo un fenómeno particular con uno de los niños más pequeños, y más hacendosos y graciosos cabe notar.

En consonancia con la mencionada rueda de cambios constantes, atestiguamos cómo dicho niño cobra una cierta conciencia y aceptación sobre la idea de la “mortalidad”.

Conforme avanza el filme, la picardía del chiquillo permanece intacta aunque surge al mismo tiempo un grado de mesura palpable, actitud de madurez atemperada a su vez por una disposición de paciencia (casi) zen ante las labores domésticas y de la escuela.
Aquel momento donde en medio de la lluvia, el niño atraviesa la espesura del bosque y abraza un árbol, representa cabalmente la candidez de la cinta de Huezo así como su postura de tremenda empatía y simpatía por la gente y el campo.

El Eco, que ya se encuentra en cartelera, encapsula varias de las preocupaciones estéticas de Tatiana Huezo, huellas de estilo que podemos rastrearse desde la tremenda Tempestad hasta su reciente esfuerzo de ficción Noche de fuego (2021), por lo que considero que este su reciente documental resulta un gran punto de partida para adentrarnos en el cine de la cineasta salvadoreña-mexicana.

Igualmente, el filme ha sido aplaudido por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC) y celebrado con 7 nominaciones al Ariel, de entre las que destaco la nominación a Mejor película, Mejor dirección, Mejor fotografía y Mejor sonido.

Condecoración más que acertada, con la particularidad de que El eco comparte con Tótem, de Lila Avilés, una suerte de vaso comunicante con su trama enfocada en la experiencia infantil, sin concesiones ni cursilerías.

Dos filmes, uno de ficción y otro documental, que con pasajes poéticos arman un mosaico sobre los entresijos del tránsito de la infancia a la adolescencia, cada una encontrando magia y vitalidad en su propio espacio particular.

 

*Realizador y Crítico Cinematográfico

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