Crítica de X, película de terror de Ti West. Ambientada en 1979, nos narra cómo un grupo de jóvenes cineastas filman una película para adultos, pero una pareja de adultos mayores intentará detener la grabación.
Por Isaac Piña Galindo*
Después de un interesante paseo por el parque de diversiones de los westerns con In a Valley of Violence, el director Ti West regresa luego de un corto hiato al universo del género de horror.
X, su nuevo filme, esconde en su trama simple diversos homenajes que se perciben próximos al “panteón” de rarezas de West; sus comienzos como cineasta indie y el gusto por los retos del bajo presupuesto, su sensible equilibrio y balance entre el gore y el suspenso, así como su curiosidad por explorar el problema de los cultos.
La X del título igualmente resulta en un guiño multirreferencial que nos conduce al campo de la metaficción en cine.
Dice la hipnótica Maxine (increíble Mia Goth) al comenzar la cinta: “I have the “x” factor”, y sí, la equis habla en un comienzo sobre el encanto etéreo de las estrellas del momento, pero también supone exponer la contracara de dicha letra, aquella vertiente que alude a las películas de culto, underground, de serie “B” y “Z”, los “video nasty”, el cine trash y maldito.
El cine del morbo para los perversos, al fin y al cabo.
A su vez, el filme de West me transporta a Censor del 2021, laberinto de horror psicológico creado por la británica Prano Bailey-Bond en su debut como realizadora, cinta ambientada en 1985 durante la época de mayor censura al cine de horror y exploitation, campaña comandada por Mary Whitehouse en el gobierno de Margaret Tatcher.
En las dos películas persiste un aura de alienación e inquietud agobiantes, y ambos directores, usando distintos recursos estilísticos, formulan una pregunta similar: “¿cómo puede afectar el cine al funcionamiento de la psique humana?”.
Prano y West pareciera que coinciden en que la película como producto cultural y de entretenimiento no trastorna al espectador, ni lo motiva a cometer una serie de homicidios.
El hipotético problema ocurre cuando “desmontamos” el filme en nuestras mentes. Es posible que un escenario, un personaje o inclusive una escena concreta, penetre el subconsciente y la memoria, y remueva los fantasmas y monstruos personales del individuo que ve la pantalla.
Tanto en X como en Censor se enfatiza por ejemplo la imagen del bosque, y la forma en que este ecosistema actúa de modo ambivalente entre un espacio idílico y una fuerza salvaje de violencia latente, un “paraíso perdido” inasible que afecta poderosamente a las protagonistas, a Maxine, la estrella, y a Enid, la censora.
No es lo que la película te haga o te obligue a hacer, sino la realidad que tú formes o modifiques con las imágenes de la película.
El truco mágico-diabólico de Ti West va un paso más allá y nos transporta al corazón de la producción barata de una película porno. En el transcurso de un día de filmación, las “estrellas” poco a poco pasan a segundo plano y el acto doble de filmar y tener sexo ocupa el escenario principal.
En X no sólo se mira la pantalla, pues se corre el velo para que “vivamos” la película en carne propia.
Por medio del autoescarnio, con sutiles ganchos de humor negro que se mofan de la pedantería de muchos cinéfilos y cineastas, West expresa su pasión por el quehacer cinematográfico, por imaginar y realizar una película “artesanal” con el crew y los materiales más rudimentarios.
A cuentagotas, la filmación porno revela ansiedades e inquietudes que despiertan la curiosidad de los actores y el equipo de producción; notoriamente, la jovencita y apocada sonidista tiene el impulso de comprobar el concepto de “poliamor”, mientras que la estrella masculina pone a prueba la resistencia de su ego a partir de su potencia y desempeño sexual.
En nuestro “papel” de espectadores también quedamos desnudos con el ejercicio fílmico de West, quien propone una narrativa que nos enreda de a poco y nos termina colocando entre la “inocente” filmación de una porno, y la sorda brutalidad de la “verdadera” película que enmarca a la cinta rosa.
De modo tal que nosotros, los espectadores, se podría decir que “gozamos” por partida doble, por un lado con el divertimento inocuo del torpe y desinteresado acto sexual, y por el otro con el nerviosismo que despierta la cacería, el acecho maligno que a la larga deja una estela de tripas, asco y caos escena con escena.
Cabe subrayar que además, como pastiche de las películas de horror setenteras, del gore y el grindhouse, X funciona a la perfección justamente porque da espacio tanto a la picardía sonrojada del porno soft como a momentos de delirio psicótico y violencia abyecta.
X, que se estrena este 26 de mayo en salas mexicanas, se disfruta entonces gracias a su atípica y muy sangrienta aproximación al slasher, y al juego de metacine que nos permite entrar y salir de dos películas al mismo tiempo. Un juego que evita ser efectista debido a la honestidad con que el mismo director asume y comparte los tres diferentes puntos de vista: el del personaje de ficción, el del espectador y el de realizador.
*Cineasta. Crítico. Colaborador de CinEspacio24 Noticias
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