Ana y Bruno, el primer largometraje animado del director mexicano Carlos Carrera, es una bella cinta que se sale de los convencionalismos de las películas infantiles, para mostrarnos un argumento sincero sobre las enfermedades mentales, la soledad y el duelo. Un filme necesario para el público infantil y adulto.
Por Arturo Brum Zarco* Ana y Bruno es una cinta necesaria para todo el público (infantil y adulto), un filme animado atrevido y honesto, que habla con una brutal sinceridad. Un largometraje que aborda temas para la reflexión, el debate y el entendimiento de las enfermedades mentales y el duelo ante una pérdida; y lo hace con unos personajes entrañables y maravillosos. Quizá estoy alabando en demasía a la cinta, pero no creo que sea exageración comentar las virtudes de un trabajo que, me atrevo a decir, se convertirá en un antes y después en la animación mexicana, no sólo por su aporte visual (el cual contiene detalles finos ), sino también por el guion: un argumento que aporta y abre la “puerta” a discusiones que tanto los niños como los adultos deben pensar, entender y meditar. Aboga por no dar la espalda a problemas cotidianos de la vida, que muchos quieren evitar. Una cinta sombría pero a la vez bella, lúdica por momentos, melancólica en ocasiones, dramáticamente exacta sin caer en superficialidades que sólo buscan provocar el sentimentalismo barato. Ana y Bruno tiene una complejidad hermosa y unas metáforas bien llevadas, y no trata a su público infantil como personas que no pueden comprender y sobreponerse a las amarguras que nos ocasiona la vida. Por eso su menaje es positivo. Dirigida por uno de los mejores directores mexicanos de la actualidad, Carlos Carrera, quien ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 1994 por su contundente y feroz cortometraje animado El héroe, un inolvidable corto sobre un hombre que intenta salvar a alguien que se quiere suicidar en el metro; pero al final, da un giro inesperadamente demoledor y real. En ese trabajo, Carrera nos mostraba una animación taciturna y unos personajes con un semblante gris. Con Ana y Bruno hace lo mismo, nos vuelve a enseñar esas caras tristes y desesperadas, y otra vez nos lleva a un giro argumental arrollador y esclarecedor. Una familia, el padre, la madre y su hija Ana, al parecer, se dirigen a un hotel a vacacionar. Cuando llegan, el padre se tiene que ir, tal vez por cuestiones de trabajo. Ana le grita que no se vaya, pero no logra detenerlo. Poco a poco la cinta nos muestra que el lugar en realidad es un manicomio, donde Ana encontrará a los seres imaginarios de los pacientes del lugar, los cuales son los miedos de cada uno. Así, conoce a un pequeño duende llamado Bruno, que desde un principio se convertirá en el cómplice de las aventuras que emprenderá Ana para ayudar a su madre y padre. Además de ese diminuto personaje verde, está una mujer elefante egocéntrica y vanidosa, enamorada y obsesionada por Bruno; un retrete que escupe agua; una maquina hecha de relojes, una metáfora sobre el temor al tiempo; un borracho impertinente; una mano gigante, entre otros seres de un mundo fuera de la “realidad”. El manicomio está bajo el mando de un doctor que no muestra ninguna simpatía hacia sus pacientes, para él ellos no tienen solución y lo único que hace es darles electrochoques; asimismo, hay dos burlonas enfermeras que se ríen sin un mínimo de pudor de los enfermos; una fuerte crítica ante el rechazo de la sociedad por las enfermedades mentales. Ante eso la película logra sensibilizar al espectador. Para ayudar a su madre (quien se encuentra encerrada en dicho lugar), Ana tiene que viajar a su pueblo natal para encontrar a su padre; en esa travesía la acompañan, además de Bruno, todos esos seres mágicos del lugar. Viajan arriba de un tren, y en una estación la niña conoce a un niño ciego y huérfano que la llevará a la casa de su padre. En ese viaje veremos momentos graciosos y diálogos profundos e irrisorios. De esa forma, la cinta juega con las contradicciones de la vida: lo alegre, triste, sombrío y divertido; por eso es sincera, no es la clásica cinta infantil donde el mensaje es una vida irreal donde todo es felicidad. De ahí la mayor virtud del trabajo de Carrera: su franqueza al no tratar al público “con pinzas” sobre temas como la locura y el duelo; al contrario nos invita a pensar, buscar y dar respuestas a dichos problemas. Por mencionar una bendita casualidad en mi vida, cuando se estrenó nació mi sobrino, hijo de mi hermano menor. Desde que mi cuñada estaba embarazada decidieron que su nombre sería Bruno. Al ver la cinta, no pude dejar de imaginar la vida que le espera a mi sobrino y que cuando tuviera la edad necesaria le pondría esta película y entre los dos nos explicaríamos muchas cosas.
*Periodista y realizador. Director y Editor en CinEspacio24 Noticias. Colaborador en Cio Noticias y Oculus Todo el Cine.
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