Juan Enrique Bonilla*
@bconceptenrique
Entre los más grandes e importantes géneros del cine se encuentran las epopeyas o épicas, con particular énfasis en las épicas históricas, uno de sus subgéneros con mayor popularidad, pues la huella que ha dejado, tanto en el público como en la cronología del cine, es indiscutible, ya sea por sus inmensas producciones, su capacidad de transportar a la audiencia a tiempos pasados o el enorme espectáculo con las que son asociadas.
Películas como Los Siete Samuráis (1954), El Señor de los Anillos (2001), La Guerra y la Paz (1966), El Acantilado Rojo (2008), Ben-Hur (1959), El Nacimiento de una Nación (1915) y Lawrence de Arabia (1962), son notables ejemplos de ello. Así, con este fuerte peso sobre sus hombros, La Mujer Rey (2022) logra colocarse en el podio de las épicas extraordinarias gracias a su desarrollo de historia, sus personajes bien ejecutados, su deconstrucción de la narrativa histórica y su alto nivel de emoción y entretenimiento.
Ambientada en 1823, e inspirada en acontecimientos de la vida real, La Mujer Rey relata la heroica travesía de Nanisca (interpretada por Viola Davis), líder de las sobresalientes guerreras Agojie, las gloriosas protectoras del reino de Dahomey, de África del oeste, que tras un conflicto con el imperio Oyo debe preparar, al lado de sus compañeras, a una nueva generación de reclutas para combatir al enemigo, el cual cuenta con una amplia ventaja debido a su alianza con los esclavistas europeos.
Desde el primer minuto la cinta te absorbe con sus escenas de acción y coreografías, donde el ganador es seleccionado no por una habilidad secreta o una escalada de poder “inesperada” sino por el ingenio e inteligencia durante el combate. Asimismo, el ritmo de la película conserva un adecuado balance entre la comedia, el drama y la acción, lo que crea una experiencia placentera. A esto hay que añadirle la maravillosa actuación de Viola Davis, que a sus 57 años demuestra una destreza y rudeza digna de las mejores atletas.
En cuanto al diseño artístico, el vestuario y la producción cautiva al espectador desde el primer instante. Ambos consiguen el equilibrio entre la precisión histórica y la estética y van evolucionando con la trama: entre más conflictos tienen que superar nuestras protagonistas, el desgaste y decoloro de sus vestimentas es más notorio.
Igualmente, la música que tiene clara influencia de los cánticos e instrumentación de África del oeste, genera un nivel de sumersión y dramatización digno de las mejores representaciones cinemáticas y teatrales del género fantástico y de aventura.
El filme destaca, particularmente, por dos elementos: primero su manejo de la exposición y cohesión narrativa. El relato utiliza varios recursos para actualizarnos en el contexto geográfico, histórico y narrativo, por ejemplo, los flashbacks, el uso de texto y distintos encuadres, lo que te mantiene atento a los acontecimientos importantes, además los diálogos clave son complementados con la imagen de tal manera que ningún elemento visual debe ser menospreciado, pues tarde o temprano se integran para dar un significado superior al argumento.
Segundo, su reestructuración de los roles de género es innovador y natural. Por lo general, cuando un personaje masculino es “degradado” a un rol secundario, se emplea la comedia o la acentuación de características conservadoramente señaladas como femeninas, para sentir que es el papel que indignantemente le corresponde. En esta historia, la multidimensionalidad de “lo másculino y lo femenino” es inherente al mundo, un hombre puede ser viril y pasivo, así como una mujer puede ser cariñosa e impetuosa, sin que estas cualidades se contrapongan.
Finalmente, el discurso social ataca a varios de los problemas más relevantes para África y el resto del mundo. Algunos ejemplos de estos contratiempos son el colonialismo, el matrimonio infantil, la cosificación de la mujer y la mutilación genital femenina. A diferencia de otras epopeyas del séptimo arte, esta película no se centra en la perspectiva Europea sino que busca la reapropiación africana de su historia y sus contratiempos, pues África no empezó a existir cuando los Europeos y Americanos la comenzaron a explotar.
La trascendencia de toda gran épica literaria o cinematográfica no sólo radica en el espectáculo, la veracidad histórica o lo magnánimo de sus paisajes y batallas, sino en la construcción de lo personal y el análisis de los tiempos en que fue realizada. La Mujer Rey, que se estrena este 13 de octubre, construye con maestría ambos elementos y los complementa con armonía visual, musical y narrativa. Si esta película es producto de su tiempo, me alegra saber que, en aspectos fundamentales, nuestros tiempos han mejorado.
*Colaborador de CinEspacio24
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