Por Jesús M. Pedraza*

Por fin llega, exclusivamente a cines, el estreno de Venom: Carnage Liberado, dirigida por Andy Serkins,  la tan esperada secuela de Venom (Ruben Fleischer, 2018),  y prepárate, por que regresa con todo y estoy seguro de que será uno de los principales blockbusters de este año.

El filme está ambientado después de varios meses de los incidentes narrados en la primer película, Eddie Brock (Tom Hardy) intenta adaptarse a su nueva y caótica vida en compañía del simbionte Venom, quien básicamente es el peor roomate que podría existir. Al retomar su carrera como periodista, Eddie es invitado a entrevistar al sádico asesino Cletus Kasady (Woody Harrelson), que siente cierta empatía con el pobre reportero al que le propone hacer un intercambio de favores a cambio de conocer la exclusiva historia de su vida y la ubicación de sus víctimas.

Sin embargo, la situación cambia de giro cuando Venom ayuda a despegar —bajo un enfoque diferente— la carrera de Eddie al descifrar la ubicación de los cuerpos y condenando como consecuencia a Kasady a la pena de muerte inmediata, lo que ocasionará un nuevo y peligroso resentimiento adicional contra nuestro protagonista por parte del peligroso asesino, quien, además, recibe de forma accidental un poco de la sangre de Venom, adquiriendo así un simbionte en su organismo que crecerá hasta convertirse en la imparable y atroz máquina de matar, Carnage.

Esta segunda parte es una película que cumple y satisface. Como es de esperar la fotografía, los efectos especiales y las escenas de acción son espectaculares y te envuelven de forma eficiente a lo largo del filme, que a pesar de tener una duración considerable se te pasa “de volada”. No obstante, tiene bastantes puntos que no funcionan del todo bien: un guión  predecible, algunas fallas en la continuidad de la historia, muchos cabos sueltos que se mencionan pero no se aclaran (¿por qué Venom le tiene miedo a los simbiontes de color rojo? Por favor explíquenme) y un final muy insatisfactorio. Pero el principal problema de esta película es que peca de exceso de escenas y diálogos que buscan la risa fácil y que en la mayoría de los casos no lo logran (por momentos sentía que estaba viendo una película sobre un matrimonio disfuncional).