Vampiros vs el Bronx es una película de terror y comedia dirigida por Oz Rodríguez. Una buena propuesta sobre un grupo de adolescentes que tienen que proteger su vecindario de una reunión de vampiros.
Por Isaac Piña Galindo*
Producida por Lorne Michaels (creador de Saturday Night Live), Vampiros vs el Bronx es la ópera prima del director Oz Rodríguez, cineasta de origen dominicano y veterano del formato televisivo por su trabajo en el mismo Saturday Night Live y el programa Funny or Die.
Miguel (alias “Lil Mayor”), Bobby y Luis, tres amigos adolescentes, tienen la misión de salvar el Bronx de las garras de la empresa Murnau, un misterioso grupo inmobiliario que ha comprado varios negocios familiares y busca gentrificar el barrio.
El fenómeno migratorio ocupa un lugar importante en la agenda de las potencias mundiales. Por esa razón, resalta y escandaliza el manejo del problema específicamente en Estados Unidos, sobre todo desde la llegada de Donald Trump a la presidencia: redadas en “ciudades santuario”, enfrentamientos entre la extrema derecha y antifascistas, brutalidad policíaca, son sólo algunos de los acontecimientos que hoy día continúan sacudiendo la esfera sociopolítica norteamericana y, por ende, del mundo.
En este panorama complicado, estrellas, productores y creativos de Hollywood han alzado la voz y se han unido a manifestaciones, apoyando campañas en redes sociales o donando a diversas instituciones. Consecuentemente, múltiples compañías productoras se enfocaron en realizar historias con elenco y equipo perteneciente a algún movimiento reivindicativo como el feminista, el antirracista o el LGBTT +.
Capitana Marvel (2019), Pantera negra (2018) y Mulán (2020) de Disney, ilustran esta nueva oleada de películas con “consciencia social” que intenta capitalizar la tendencia del medio a ceñirse a lo políticamente correcto.
El caso es diferente en Vampiros vs el Bronx porque nos encontramos ante una historia original escrita por un director hispano, ambientada en un sector donde predominan las culturas latina y negra, y que muestra, de manera orgánica y natural, la visión auténticamente local de la zona sin atarse a la agenda o el interés político de ninguna compañía.
Esta diferencia determinante hace posible que la historia fluya con mayor libertad, además de refrescar el género de comedia de terror juvenil gracias a la perspectiva de los niños y la dinámica que establecen con su círculo social y familiar.
En su sentido retrato del barrio, encontramos la virtud principal de la dirección de Rodríguez. Lo celebra con un enfoque sinceramente amoroso, pero no ciego, porque reconoce el problema de drogas y pobreza; sin embargo, decide acentuar la hermandad entre vecinos y amigos, el colorido de los edificios, la comida típica y la alegría festiva que se respira en las calles.
Rodríguez utiliza con inteligencia las convenciones de la trama de vampiros para montar una suerte de caballo de Troya con el cual se abre la oportunidad de hablar sobre identidad y territorio al tiempo que expone el problema de gentrificación y apropiación cultural.
El realizador medita sobre cómo el individuo se construye a partir de sus raíces y la influencia de éstas en su personalidad y sus decisiones de vida; al tratarse de comunidades históricamente maltratadas o, como mencionan en la misma película, “invisibles”, salvaguardar el territorio se convierte en una apremiante defensa del propio individuo y la cultura con la que creció.
Una trama tan específica, que consiste en el cometido de Lil Mayor de proteger su hogar de las inmobiliaria vampírica, funciona porque Rodríguez habla desde las entrañas de los atropellos que ocurren día con día.
Rodríguez suaviza su reflexión con una cuidada selección de guiños a icónicas películas del género como Nosferatu de Murnau y Blade con Wesley Snipes, apuntalada con el astuto manejo de los clichés vampíricos (el ajo, las cruces y el agua bendita).
Jugar con la autorreferencia favorece al ritmo cómico y a reforzar el vínculo de amistad de los tres adolescentes, como en aquella escena en la cual roban agua bendita de la iglesia local, donde, por cierto, el sacerdote es el legendario rapero Method Man (otro gran detalle de Rodríguez).
Jaden Michel, Gerald W. Jones III y Gregory Diaz IV en los roles principales cumplen con creces en dar corazón (y sabor) a la divertida propuesta de Oz Rodríguez, pues logran explorar tanto el lado cómico como el lado dramático, en una interpretación que evoca el trabajo de John Boyega en Attack the block (2011) y el de la dupla conformada por Pegg y Frost en The world’s end (2013).
*Cineasta, analista y colaborador de CinEspacio24 Noticias
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