«Si las pequeñas productoras o cintas menos comerciales tenían mínimas oportunidades en la vieja normalidad, el panorama post-pandemia no luce nada prometedor. Ante este escenario, ¿qué podemos hacer los consumidores?»
Por Zuri Grace Bretón *
Pensemos por un minuto en la industria del cine como un microcosmos y en el distanciamiento social como el propio COVID-19 de este universo. Un virus desconocido que pone en riesgo la vida, cuyo tratamiento es incierto y que obliga al encierro. Tal como sucede en nuestro plano real, en este mundo hipotético, los habitantes se dividen entre los jóvenes, vigorosos y muy saludables que, si bien, también deben tomar precauciones, corren un peligro considerablemente menor. Por otro lado, están aquellos que se han denominado como Población de riesgo, es decir, los más frágiles y susceptibles a verse comprometidos por el virus, que de contagiarse su vida corre verdadero peligro, ya sea por alguna enfermedad preexistente o por la vejez misma.
¿Quiénes juegan dichos papeles en este supuesto? Al hablar de fortaleza y vigor dentro de la industria cinematográfica, los primeros en que pensamos son los grandes estudios hollywoodenses, los cuasi-monopolios de entretenimiento que, aunque se han visto afectados con sus grandes producciones en pausa o lanzamientos directos a plataformas digitales, tienen la solvencia más que suficiente para sobrevivir a la pandemia y retomar sus actividades en cuanto la vacuna lo permita (o antes si es que se las ingenian con maneras de operar en esta “nueva normalidad”).
En el polo opuesto, se encuentran los pequeños estudios, las productoras independientes y quienes están sujetos a los incentivos estatales para poder operar. Aquellos que no han tenido que lidiar con dilemas como, ¿para cuándo posponer el estreno de un blockbuster seguro?, como Wonder Woman 1984, o ¿cómo hacer un tráiler que ponga a millones de fans a la expectativa cuando apenas se tiene el 25% del rodaje?, como en el caso de The Batman. No, los pequeños estudios no se encuentran en este tipo de disyuntivas, sino que están verdaderamente paralizados desde hace meses y muy probablemente su recuperación, llegado el momento, sea bastante más lenta que la de sus contrapartes.
Por supuesto que por más cinéfilos que seamos, nadie se opuso al anuncio de la suspensión de actividades “no esenciales” al inicio de la pandemia. Hasta el más ávido fanático del séptimo arte entendió que la habitual visita a su cine favorito para disfrutar de algún snack mientras veía un estreno, podía posponerse ante el grave escenario mundial que estamos atravesando.
Mientras tanto tendremos que conformarnos con palomitas de microondas y el amplio catálogo de Netflix y plataformas parecidas. Sin embargo, esto es hablando desde la cómoda perspectiva del público; sabemos que se trata de entretenimiento y podemos esperar, pero ¿qué sucede para quienes viven de él?
Estamos hablando de una industria que incluso en su estado normal padece de una competencia injusta. Según datos de Canacine, tan sólo durante 2019 en México, de las diez películas más redituables del año, siete fueron del mismo consorcio: Disney, dos de Warner Bros y una de Sony. Y aunque la quinta productora con mayores ingresos (nada comparables a las extranjeras), es mexicana, seguimos hablando de una mega corporación, Videocine, filial de Televisa, a quienes debemos estrenos como, No Manches Frida 2 o Mirreyes vs Godínez.
Si las pequeñas productoras o cintas menos comerciales tenían mínimas oportunidades en la vieja normalidad, el panorama post-pandemia no luce nada prometedor. Ante este escenario, ¿qué podemos hacer los consumidores?
Para empezar, no estaría nada mal salir un poco del algoritmo de Netflix (quienes por cierto, más que verse afectados, se han fortalecido en este tiempo) y explorar otras alternativas. Plataformas que promuevan cine autoral o producciones menos comerciales. Excelentes opciones para ello son páginas de streaming como Casa Caníbal, de dicha distribuidora mexicana, donde por menos de cincuenta pesos podemos rentar obras tanto nacionales como internacionales de gran calidad, como La Camarista (Lila Áviles, 2018) o La Vida de Adelé (Abdellatif Kechiche, 2013), ganadora en su año de La Palma de Oro en Cannes.
FilminLatino es otro sitio, perteneciente a IMCINE, más especializado en filmes mexicanos, que tiene en su catálogo películas como Temporada de patos (Fernando Eimbcke, 2004) o La jaula de oro (Diego Quemada-Díez, 2013), por precios sumamente accesibles (bastante más barato que una ida regular al cine y su dulcería).
Ya que, si bien, recurrir a la piratería o a la milenaria arte del Torrent en internet, es algo que todos en algún punto hemos hecho, cuando se trata de fortalecer el cine del que disfrutamos, sería un acto de verdadera congruencia pagar por él, especialmente en estos tiempos que es más necesario que nunca.
Tampoco es que se trate del purismo extremo de sólo consumir cine de arte independiente en este tipo de sitios. Sino de pensar en el valor del contenido de calidad y en dónde ponemos lo mucho o poco que invertimos en él. Quizá, ampliando el panorama y haciendo pequeños ajustes en nuestros hábitos de consumo, podemos mostrar apoyo al gremio de creadores que nos han dado horas de disfrute con historias entrañables.
Claro que después de más de cinco meses de encierro, ahora que ya es posible, cualquier amante del cine está sediento de correr a disfrutar los grandes estrenos del año que de por sí han sido pospuestos. Aunque no por ello debemos olvidar nuestra responsabilidad cívica, pues por más que queramos contribuir a que la industria se recupere pronto, es necesario tener en mente que la situación de nuestro país frente al coronavirus aún es bastante endeble.
Quizá debamos priorizar guardar un poco más de tiempo la cuarentena antes de acudir a las salas, o por lo menos, quemar nuestros “permisos” para exponernos lo menos posible y salir sólo por las funciones que ameriten la experiencia de la pantalla grande. En lo personal (y seguramente como muchos otros) me reservo para la nueva cinta de Christopher Nolan, Tenet. Ahora que, cuando todo se normalice, lo ideal sería, en medida de lo posible alternar nuestras visitas a las grandes cadenas de cines con algunas de las pocas Salas Independientes donde seguramente estarán ansiosos de recibirnos.
Y es que ese es el punto, no caer en el esnobismo pedante de evitar todo cine comercial, pero, si como cinéfilos, también disfrutamos de filmes de bajo perfil, es tan sólo justo que apoyemos este sector de la industria. No sólo consumirlo, sino recomendarlo y promoverlo en nuestros círculos cercanos. De esa manera, entre todos le lanzamos un pequeño salvavidas a esta población de riesgo, mientras se logra la utópica democratización del “buen” cine y le quitamos un poco la etiqueta elitista.
*Licenciada en Comunicación, analista cinematográfica y colaboradora en CinEspacio24 Noticias
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