El director Koko Stambuk nos entrega una cinta que tropieza una y otra vez con el mismo error: su excesivo abuso de la comedia. La historia fácilmente da pauta para momentos llenos de drama que podrían enganchar al espectador e involucrarlo, ya que en mayor o menor medida, todos somos propensos a vernos en una situación similar.

El problema es que la cinta nunca sabe cuándo parar con la comedia que por momentos raya en lo absurdo y lo vulgar. No importa en qué parte de la historia estemos ubicados, alguien va a soltar un comentario «chistoso».

Los diálogos son absurdos y se siente increíblemente forzados, sobre todo por el constante uso del lenguaje coloquial que convierte a los personajes en clichés de mala calidad.

Pero el mayor error de la película es la saturación excesiva del color amarillo. Claro, esto funciona al inicio del largometraje, cuando todo es miel sobre hojuelas en la vida de Cristina y Javier. Pero después, cuando todo se empieza a derrumbar, el color amarillo sigue presente y es tan penetrante que se vuelve el centro principal de atención, logrando distraer por completo.

La cinta es entretenida, y suele sacarte alguna sonrisa pícara, lo cual la convierte en una película palomera pero poco memorable con la que fácilmente puedes matar el tiempo.