El tono tragicómico queda establecido desde la primera secuencia, un doloroso soliloquio (con baile incluido) que hace quedar en ridículo a Arnaud durante el funeral de la madre, piedra angular de su vida.

“¿Cuánto ha perdido el control Arnaud?”,  es la interrogante que aquejará al espectador durante todo el filme.

Cummings encuentra un delicado balance gracias a las libertades que brinda el poco ortodoxo financiamiento de la película, hecho mediante de una campaña en el sitio de donaciones Kickstarter.

El microfinanciamiento le asegura al realizador un control creativo prácticamente total de la historia, lo que le permite desatar el particular via crucis de Arnaud, cuya torpeza y crudeza no hacen más que empeorar sus aflicciones.

Cada secuencia de Thunder Road encierra, en mayor o menor medida, un juego delirante de alto riesgo (en términos dramáticos), y nos mantiene en vilo porque con lo que Cummings apuesta es con la dignidad del personaje.

La tensión emocional de Thunder Road se origina en la tesis ¿cuánto más grande es el umbral del ridículo del oficial Jim Arnaud?

La película se instala como uno de los mejores ejemplos del poder narrativo y artístico del cine DIY (“do it yourself”: hazlo tu mismo). Cummings realiza una obra tosca, con imperfecciones aquí y allá, pero armada con una convicción fervorosa y admirable.

Provisto de tal enjundia, el también coeditor del filme crea un retrato inquietante de un personaje contradictorio, entrañable y penoso a partes iguales, que busca con desesperación hacer las paces consigo mismo, inspirado y guiado por el amor que tiene por su hija, así como por su difunta madre.