Otro aspecto destacable de la historia es la astucia de los escritores para crear un relato usando pocos personajes y moviendo las piezas de forma inteligente para labrar el camino del “héroe”.

Es por dicho trabajo de guión que el novel director David Yarovesky logra construir el tono de terror que necesita Brightburn, ya que con pocos tópicos (y un par de clichés) la película se torna más intrigante a la vez que dolorosa, pues somos testigos de la forma en que los padres deben afrontar la maldad de la criatura que han criado como su propio hijo.

El filme funciona aun cuando deja ver sus “costuras” independientes por momentos; las actuaciones secundarias son acartonadas o, por el contrario, resultan exageradas y fuera de tono, además de otros errores de montaje que hacen ver un tanto amateur el manejo de ritmo y la dirección.

Sin embargo, la atractiva premisa del auto descubrimiento de un ser superior con fines siniestros cumple con creces y logra refrescar el subgénero de superhéroe al mismo tiempo que satisface al género de terror con su gran manejo del tono, gracias a su exploración del mito ya mencionado desde la perspectiva tanto del “monstruo” como de su madre.