Reencuentro es la palabra implícita a lo largo de la cinta Christopher Robin. Reencuentro con la infancia y los amigos, reencuentro con los juegos y la imaginación y, sobre cualquier otra cosa, recuentro con la familia.
Para Christopher Robin (Ewan McGregor), de 40 años, el mundo es el trabajo y, por ende, el tiempo y el esfuerzo que este requiere. Como gestor de eficiencia de una compañía de maletas, a punto de quebrar, el tiempo que le dedica a su esposa Evelyn y su hija Madeline es poco, casi nada. Robin se encuentra atado por el estrés, la preocupación, ansiedad y presión de sacar adelante a su familia. Y en medio de este ambiente tan lúgubre aparece su viejo amigo Winnie the Pooh, quien con su reencuentro provoca una lucha interna en Christopher Robin entre la adultez y la niñez. El largometraje de Marc Forster (Guerra Mundial Z, 2013; Quantum of Solace, 2008) sugiere, además, de este reencuentro, el distanciamiento que el protagonista mantiene con su hija, por lo que también plantea la revalorización de su vínculo paternal y, sin menor importancia también, su papel como esposo. La fotografía de la película expresa todas estas ideas por medio de los colores fríos que van acorde a la Inglaterra de los años 50, época en que se desarrolla la historia, y a medida que esta avanza reluce una paleta de colores que resaltan la imaginación y la nostalgia que externan los personajes clásicos: Pooh, Tiger, Piglet e Igor. Pese a contar con un guion sin particularidades, la cinta utiliza la nostalgia y el recuerdo para atraer al público de antaño. Por tal razón es que se mantiene fiel tanto a los libros como a la serie animada al contar con un estilo estético elegante. El reencuentro de quienes crecieron con la caricatura con sus personajes de la infancia se suma a esta obra que reluce por su animación CGI.
*Periodista. Colaborador en CinEspacio24 Noticias
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